Columna publicada el martes 25 de mayo de 2021 por La Tercera.

¿Qué es en Chile “la derecha sin complejos”? Básicamente es la defensa de la lógica institucional del régimen militar. Mano dura, horizonte de Estado mínimo y gasto social ultra focalizado. Esa es la receta a la que algunos sectores de la derecha -los mismos que coparon el primer gabinete de Piñera- hoy llaman a regresar sin ambigüedades, culpándonos a los reformistas moderados (o “blandos”) -que no tuvimos incidencia alguna en este gobierno- de la brutal derrota electoral. Ya están desplegados inventando chivos expiatorios, buscando generar cohesión en torno al rechazo previo a lo que salga de la constituyente, y tratando de aterrorizar al empresariado para financiarse. Las ideas, nos dicen, ya están. Basta de estudiar, basta de pensar, basta de dialogar. Basta de evaluaciones sociológicas: lo que falta es una voluntad ardiente. Todo lo demás sería entreguismo.

¿Tiene sentido la apuesta? Ciertamente. Si la centroizquierda insiste en guardar silencio y dejarse arrastrar cobardemente por los sectores extremos, si deja que se arrase con fundamentos básicos del orden y la prosperidad del país –como el Banco Central autónomo– y si siguen bailando al ritmo del Partido Comunista, es muy probable que la economía y el bienestar de las personas se deteriore rápidamente en el futuro cercano. Y ahí la receta del capitalismo autoritario aparecerá como la cura adecuada para el mal del desdesarrollo generado por políticas de izquierda.

Lo mismo ocurre con el violentismo: la cobardía y mediocridad moral de los intelectuales y dirigentes mapuches frente al terrorismo etnonacionalista va a terminar reforzando la idea de que la única salida es un puño de hierro. Y habrá un sector político feliz de proveerlo con el respaldo ciudadano adecuado. Ni hablar de la delincuencia.

La izquierda, entonces, está celebrando antes de tiempo. Ni el pueblo de Chile está a su servicio, ni lo que sigue es coser y cantar. Efectivamente tienen mayoría en la constituyente, pero la gran pregunta es qué harán con ella. Si aplastan a los sectores moderados y triunfan en imponer un orden faccioso, improvisado y defectuoso que dañe la economía y la libertad de las personas, la única alternativa que quedará en pie será la restauración capitalista.

Dicha restauración, por lo demás, ni siquiera tendría que implicar fuerza militar. El “modelo” podría volver, en el mediano plazo, de forma democrática al gobierno, con plena legitimación para llevar adelante un programa “sin complejos”. A su favor tienen una receta de prosperidad que, con todos sus males, funciona. Bastaría que le agregaran un poco de redistribución y cierto barniz ambiental. Mejor un neoliberalismo con rostro humano que un socialismo inhumano, especialmente si la nueva clase media sigue transitando en masa de vuelta a la pobreza.

En otras palabras, si se fracasa en construir de a poco y en serio las bases de un Estado social pluralista y consensuado, que genere lealtad en todos los sectores políticos, profesionalice el Estado, y convoque a la sociedad civil y a la empresa privada respetando sus lógicas institucionales, lo más probable es que terminemos saltando de un extremo al otro. Porque la clase trabajadora lo que quiere son respuestas concretas, y no más perdices embolinadas. Y lo cierto es que la izquierda que sigue prometiendo derechos sociales como si pudiéramos tener mañana un Estado de bienestar Finlandés con el PIB de Turquía y un nivel educacional africano tendrá que enfrentar bastante pronto su propia bancarrota si se hace del poder.

El mayor enemigo de la izquierda en este momento es ella misma. El triunfo sacó el peor lado de muchos de sus representantes: una arrogancia agresiva y sin fundamentos. Teniendo la oportunidad de pactar con sectores moderados de izquierda y derecha, ellos prefieren ir con todo, admitiendo que los mueve el deseo de una injusticia propia, parcial a ellos mismos, en vez de la justicia. Pero los extremos se alimentan, y la fragua de la reacción ya está encendida. Hay injusticias que funcionan mejor que otras, y los chilenos eso ya lo saben. Chile podría ser cuna, tumba y trono de la segunda venida del neoliberalismo.

El futuro del país se bifurca, entonces, en dos opciones: el reformismo moderado o los extremos. Y, entre los segundos, sólo uno sabe parar la olla.