Carta publicada el domingo 23 de mayo de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

Agradezco la respuesta de Felipe Schwember a mi columna publicada el día viernes. Según él, la derecha sí contaría con un fondo doctrinario nítido al que recurrir, que consistiría básicamente en la defensa del Estado subsidiario y la democracia representativa. Sin embargo, me temo que esos dos principios, por más valiosos que sean, son demasiado generales como para responder a la situación actual del país. De hecho, al liberalismo criollo siempre le ha faltado una reflexión situada a nuestras particularidades: aquí no hay ni habrá ninguna receta que aplicar mecánicamente.

En lo que respecta a la subsidiariedad, es cierto que en su origen tiene la doble dimensión que menciona Schwember; pero, en la práctica, el énfasis de nuestra derecha siempre se puso en el abstencionismo. Supongo que eso tuvo sentido cuando, por motivos tácticos, Jaime Guzmán quiso articular el liberalismo económico con la Doctrina Social de la Iglesia, pero veo muy difícil que esa combinación pueda seguir dando frutos en el Chile actual, al menos formulada de ese modo.

En ese sentido, no se trata de ceder al diagnóstico de la izquierda, que siempre me ha parecido equivocado —como consta en múltiples publicaciones—, sino de preguntarse honestamente por los motivos de su (relativo) éxito. El principal desafío de la derecha es volver a mirar a la sociedad, identificar las causas de la profunda desconexión con su electorado y, a partir de allí, ofrecer un proyecto desde su propia identidad. Esto será difícil, porque de algún modo la Constitución vigente atrofió el sentido político del sector, pensando que bastaba con el poder de veto (por eso, entre otras cosas, no pudo gobernar razonablemente bien). Sin embargo, sigo creyendo que la derecha tiene en su acervo intelectual de larga data las mejores herramientas para hablarle a este nuevo Chile: la izquierda no podrá responder adecuadamente a los simultáneos anhelos de cohesión social, libertad, seguridad y bienestar. Pero lograrlo implica abandonar la actitud que ha predominado durante las últimas décadas, salvo que prefiera desaparecer como sector político.

Basta mirar los resultados del domingo pasado para notar las consecuencias de la lógica complaciente.