Columna publicada el lunes 22 de marzo de 2021 por La Segunda.

Cuando Jaime Mañalich advirtió, en marzo de 2020, sobre los riesgos del 8M y del plebiscito de entrada, las críticas llovieron. “Terrorismo sanitario”, acusó entonces la oposición (la misma que luego aceptaría correr el plebiscito, pediría hibernar las ciudades, objetaría el regreso a clases y cuestionaría el toque de queda. “No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”, decía Caszely). Ahora Mañalich alerta sobre las elecciones de abril, y si tanto él como Izkia Siches —un partidiario y una detractora del gobierno— sugieren tener un plan B, La Moneda debiera enfrentar ese debate. Son los últimos días para hacerlo.

Naturalmente, el cuadro es muy complejo. Al escribir estas líneas alcanzamos los peores índices de la pandemia en hospitalizados UCI y nuevos casos diarios, y aunque felizmente la vacunación masiva avanza, todavía falta para percibir sus frutos. Con todo, el panorama político y jurídico resulta aún más inquietante. Ante una posible prórroga de los comicios, las dudas se multiplican: ¿hasta cuándo extender la vigencia de los alcaldes? ¿Qué pasa con el gasto electoral? ¿Cómo calzar las votaciones que siguen? Y así.

Ninguna de estas preguntas es fácil, pero la última nos recuerda que pronto elegiremos un nuevo Presidente de la República. Esto no es trivial: entre el estallido de octubre y las pasiones antidemocráticas de cierta izquierda, Chile vio amenazada su continuidad institucional. Una de las virtudes del proceso constituyente fue ofrecer una salida a la crisis distinta a la interrupción del mandato presidencial. Cualquier medida que se adopte hoy exige cuidar la legitimidad de ese itinerario.

Lo anterior, me parece, exige priorizar dos variables. La primera es mantener la elección fijada para noviembre: para todos es crucial que Sebastián Piñera traspase la piocha de O’Higgins en la fecha establecida. Y la segunda es favorecer la mayor participación posible en la votación de los constituyentes. Cuando vuelvan los llamados a rodear la Convención y se frustren las expectativas de los más impacientes, habrá que subrayar hasta la saciedad que se trató de un sufragio masivo e inobjetable.

¿Cómo cuadrar el círculo? No hay fórmulas simples, pero una posibilidad es posponer las elecciones de abril para el 9 de mayo, fecha contemplada para la segunda vuelta de los gobernadores. Ahí tendremos más inoculados y quizá haya bajado la actual ola de contagios (así lo indica la experiencia del hemisferio norte). Luego, el balotaje de los jefes regionales podría realizarse el 4 de julio, junto con las primarias presidenciales. No es lo ideal, pero a estas alturas nada lo será. La apuesta más bien consiste en evitar los peores escenarios, salvando los bienes más significativos que están en juego.