Columna publicada el domingo 7 de marzo de 2021 por La Tercera.

El próximo jueves se cumplen tres años desde que Sebastián Piñera volvió a La Moneda. ¿Cómo será recordado su segundo mandato? Desde luego, no pasará a la historia por la estridente visita a Cúcuta —el liderazgo internacional requiere validación interna—, ni tampoco por la frustrada implementación de su programa. Este duerme el sueño de los justos, en parte por la crisis de octubre y en parte por la endémica dispersión presidencial. Mientras se hablaba de siete u ocho “prioridades”, se postergaban las promesas de campaña más emblemáticas. Basta revisar el destino de la “clase media protegida”, que terminó siendo un voladero de luces.

El punto no es trivial. Cualesquiera sean sus méritos, el piñerismo adolece severos problemas de conducción e imaginación política. El ejemplo más reciente es su singular propuesta para las elecciones del 11 de abril. Ante las previsibles demoras en los sufragios —hay que elegir constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales—, el Ejecutivo optó por la alternativa más insegura. Su apuesta es que votemos en dos días consecutivos, “alojando” las urnas una noche a lo largo y ancho del territorio. ¿No es lógico pensar que lloverán las acusaciones de irregularidades y todo tipo de fake news? ¿No se trata de un escenario propicio para aquellos que impidieron el normal desarrollo de la PSU o continúan “dignificando” la Plaza Baquedano? ¿Qué pasará en la Araucanía?

Mal que nos pese, todo esto arriesga la credibilidad de nuestras elecciones, quizá el mayor (y último) activo de la política nacional. Aunque los procesos electorales no son un asunto puramente técnico, el gobierno vuelve a exhibir una profunda insensibilidad ante las cuestiones vinculadas a la legitimidad política. Con ello pone en peligro no sólo el itinerario constituyente —es decir, el camino para salir de la crisis—, sino la salud completa del sistema. Cuando las instituciones están por el suelo, resulta demasiado temerario apostar así. No hablamos de management ni de inversiones, sino de política, la misma que una y otra vez se le escapa del radar a La Moneda.

Con todo, y tal como ocurrió antes con la reconstrucción post 27F o el rescate de los mineros, el segundo mandato de Sebastián Piñera también exhibe otra cara más amable. Si ante la crisis social y política el gobierno ha tenido severas dificultades para guiar al país, la impresionante gestión de las vacunas y la exitosa inmunización masiva posicionan a Chile en un inesperado podio a nivel mundial, y la oposición debiera reconocerlo sin matices de una buena vez.

Naturalmente, la derecha debiera sacar lecciones de este panorama. Es claro que el oficialismo se muestra competente al enfrentar catástrofes naturales (¿cómo habríamos abordado la pandemia si el Presidente fuera Alejandro Guillier?). La tarea pendiente es lograr conducir al Chile postransición, donde la persuasión política —y no las técnicas de gestión— juegan un papel central. Ahí reside el principal desafío del sector.