Extracto del Reportaje “Desafíos y peligros para el feminismo chileno”, publicado el domingo 7 de marzo de 2021 por El Mercurio.

La marcha del 8M del 2018 fue, hasta el 25 de octubre del año siguiente, la más grande desde el retorno a la democracia. Su magnitud evidenció la transversalidad quizás no de una agenda, pero sí de las distintas formas de abuso que atraviesan la experiencia de ser mujer. Así, un año antes de que estallara la más profunda crisis social y política de las últimas décadas, el movimiento feminista anticipaba una demanda que luego se extendería por toda la sociedad: romper con las estructuras y dinámicas que han permitido la instalación del abuso en múltiples instancias de nuestra vida social.

Este adelanto le da al feminismo la posibilidad de ocupar un lugar protagónico en un desafío central que tenemos por delante: la reconstrucción de las bases de nuestra convivencia, donde la dignidad y el respeto recíproco sean los principios que sostengan los vínculos sociales. El movimiento feminista podría liderar así un proceso que no impacta únicamente el trato de la mujer, sino también la realidad de muchos chilenos que, como ha estudiado Kathya Araujo, tienen vidas marcadas por la experiencia del maltrato y el desprecio.

Ahora bien, se trata de una posibilidad que no está asegurada, pues el feminismo se ve amenazado también por dinámicas internas que atentan contra los elementos que definen, al menos en su origen, al movimiento. Identificadas con agendas progresistas más radicales, ciertas corrientes dominantes del feminismo parecen difuminarse al abrazar las banderas de la liberación y la soberanía individual, por sobre cualquier otra consideración. Así, el ser mujer, y todo lo que esa experiencia implica, se desvance, corriendo el riesgo de volverse un proyecto abstracto y elitizado, donde el objetivo ya no es el bien común, sino el aseguramiento exclusivo del propio bienestar.