Columna publicada el sábado 6 de febrero de 2021 por La Tercera.

Esta es la primera columna con motivo alegre que me toca escribir desde el acuerdo político de noviembre de 2019. Hoy el tema, más de un año después, es sanitario: un proceso de vacunación masiva sin precedentes por su alcance y plazos, que hasta ahora avanza sin mayores problemas.

El padre de un amigo, un laguista irredento de unos 70 años, le dijo hace poco que él ya no alcanzaría a ver un Chile mejor que el previo al estallido social. Que sólo le tocarían los dolores de parto y la incertidumbre de este nuevo ciclo. Lo que no se esperaba, creo yo, era que chispazos de luz de ese viejo orden iluminaran sus últimos años en este mundo. Y el proceso vacunatorio tiene exactamente esa gracia.

Para comenzar, es un enorme esfuerzo de colaboración público-privada. Y no sólo a nivel nacional, sino también internacional. Estados, farmacéuticas, aerolíneas e instituciones estatales, municipales y privadas van jugando un rol central en él. El sueño de una globalización al servicio subsidiario de las mayorías, hoy tan machucado, nos ha hecho un guiño en medio de la pandemia.

Para seguir, los frutos de la responsabilidad fiscal, los tratados internacionales y el reforzamiento de las redes de salud durante los últimos 30 años, con todos sus problemas, hoy están a la vista. Sin ser productores de vacunas, somos de los países mejor perfilados para inmunizar rápido a toda su población, lo que tendrá muchos beneficios inmediatos: sanitarios, económicos y sociales.

También tiene una dimensión ética: la de poner por delante a los más ancianos, que en muchos otros aspectos relegamos por considerarlos inútiles. Hay en ello una declaración y afirmación de la dignidad de la vida humana que genuinamente emociona, y que muchos proyectan al compartir fotos de abuelos y abuelas, varios en sillas de ruedas y con diversos males a cuestas, portando orgullosos el carné de vacunación.

La potencia de este momento silencia matinales, tuiteros y pseudoexpertos lucradores y agoreros del horror -los Nemes y Bacigalupes de este mundo-, al tiempo que deja en suspenso el ambiente policial de denuncias y sumarios. Ni los alcaldes con gotitas milagrosas ni los conspiranoicos logran robar cámara. Es una laguna de paz sin trincheras, dobleces ni manipulaciones.

De acá saldrán discusiones urgentes, por supuesto, y volverán las disputas: ¿Qué excusa le quedará al gremio de profesores para seguir afectando gravemente el derecho a educarse de miles de niños y niñas? ¿Dirá algo Patricia Muñoz, la “defensora de la Niñez”, al respecto, o hay que hacerle una colecta? ¿Cerraremos las fronteras o aplicaremos cuarentenas de hotel para evitar la llegada de nuevas cepas?

Vendrá, en fin, de vuelta la cueca. Pero ahora no. Ahora podemos simplemente mirar al cielo y repetir con un joven Andrés Bello: “Suprema Providencia, al fin llegaron/ a tu morada los llorosos ecos/ del hombre consternado, y levantaste/ de su cerviz tu brazo justiciero;/ admirable y pasmosa en tus recursos,/ tú diste al hombre medicina, hiriendo/ de contagiosa plaga los rebaños;/ tú nos abriste manantiales nuevos/ de salud en las llagas, y estampaste/ en nuestra carne un milagroso sello/ que las negras viruelas respetaron”.