Columna publicada el sábado 20 de febrero de 2021 por La Tercera.

Desde el inicio de la pandemia circulan dos nociones tan populares como erradas: la idea de que es posible “esconderse del virus” y que no muera nadie, por un lado, y la idea de que pasar a formato virtual la educación formal de los menores de edad no produce daños relevantes, por otro.

La primera idea ha sido alimentada por la necropolítica instalada en la relación gobierno-oposición, así como en las dinámicas de redes sociales, matinales y política municipal. Ella ha consistido en culpar al gobierno por las muertes, exigiendo, a la vez, medidas extremas en base a un discurso que opone vida y economía. El propio gobierno azuzó esto al buscar apropiarse de logros al inicio de la crisis, en vez de usar el registro de política de Estado (como con las vacunas).

La oposición vida-economía ha sufrido, recientemente, dos reveses comunicacionales: el desastre económico y sanitario argentino (país que se usaba como ejemplo de priorizar la vida); y el giro de mucho influyente hacia un “la gente está cansada y merece vacaciones”, explicado por la mayor valoración popular por veranear que por el retorno a clases presenciales.

El desprecio por el daño de la virtualidad en la educación formal de los menores, por su parte, parece reflejar problemas previos. En particular, la visión de la educación como proceso de acreditación y no de aprendizaje, cuyo fin central es obtener títulos que abrirían puertas, pero no necesariamente las capacidades cognitivas que esos títulos deberían reflejar. Certificar por sobre aprender. Esto nos tiene alegres en el último lugar de las tablas OCDE de capacidad cognitiva, aunque no de escolaridad.

La magnitud real del perjuicio cognitivo de la educación virtual, su concentración en los menores de 10 años, y su desigual distribución socioeconómica, en cambio, ha venido siendo advertida por especialistas (reales) desde el inicio de la pandemia. Esto, sin contar que la virtualidad desescolarizó de facto a mucho menor vulnerable. Al mismo tiempo, casi toda la investigación reciente muestra que los mismos menores de 10 años se contagian y contagian mucho menos el covid que jóvenes y adultos.

La directiva del colegio de profesores -que agrupa a un quinto de ellos- ha insistido en un gallito político que se sostiene en la idea de “riesgo cero”, demandando seguridad sanitaria total para volver a clases. Su flanco débil es haber exigido vacunar de inmediato a todos los docentes, incluyendo jóvenes y sanos, atrasando la vacunación de mayores con precondiciones y gatillando que otros gremios exijan el mismo privilegio. Por esto han debido recurrir más al discurso de victimización docente que al de la superioridad moral de “la vida primero”.

La real fortaleza de la dirigencia gremial se encuentra en la ignorancia masiva respecto a lo crucial que resulta la educación -incluido el estímulo presencial- para el desarrollo cognitivo infantil, y cómo ella impacta por el resto de la vida. Misma ignorancia que alimenta nuestra indiferencia ante el fracaso nacional rotundo en habilitación cognitiva, reflejado en que un 80% del país apenas entiende lo que lee o es capaz de realizar operaciones aritméticas básicas. Total, mal de muchos, país de poetas.