Columna publicada el martes 16 de febrero de 2021 por La Tercera.

El único gran consenso aparente en la política chilena tiene que ver con la necesidad de un Estado social que sea un soporte para mayores sectores de la población nacional. Nuestra frágil y mayoritaria clase media no puede seguir en tierra de nadie, demasiado pobre para el mercado y demasiado rica para el Estado. En esto hay acuerdo desde Boric hasta Matthei.

Una condición clave de esta expansión de los soportes estatales es un gasto más intensivo de recursos fiscales por cada ciudadano. Una cosa es financiar políticas de estabilización y disminución de la pobreza y otra muy distinta es asegurar coberturas a la vez más complejas, exigentes, masivas y variadas. Un Estado social es algo caro, y para funcionar requiere un Estado competente y un gasto altamente eficiente, además, por supuesto, de una economía capaz de generar la riqueza necesaria para financiarlo.

En tal contexto, una estrategia migratoria inteligente resulta central. La migración, bien llevada, puede ser fuente de enriquecimiento económico y cultural. Las fantasías autárquicas jamás han hecho más ricos, libres ni prósperos a los países. Sin embargo, el descontrol migratorio puede tener consecuencias políticas fatales para los Estados sociales, especialmente en su etapa más embrionaria, pues genera pesadas cargas sobre un Estado que justamente está intentando ampliar su capacidad de cobertura. Esto explica las fuertes restricciones y exigencias migratorias de casi todos los países desarrollados del mundo. Mientras más se extiendan los beneficios estatales, menos abierta puede ser la política migratoria de un país. Especialmente cuando se está rodeado de Estados con economías e instituciones más débiles. La izquierda que promueve a la vez un “Estado de bienestar” y “puertas abiertas” a la migración parece no haber siquiera pensado en esto (así como tampoco puede explicar la actual alta demanda por ingresar a vivir a la “Norcorea del neoliberalismo”).

Este tipo de asuntos, lamentablemente, vienen siendo abordado con enorme superficialidad no sólo por la izquierda, sino por la mayoría de los políticos, que van acomodando su discurso con la vista puesta en las encuestas y los matinales en vez de establecer bases racionales para discutir políticas de Estado. Tal falta de seriedad es riesgosa para los propios migrantes, cuyo estatus e imagen pública parece siempre pender de un hilo. La falta de una visión y una política migratoria clara y consensuada alimenta la xenofobia.

La primera condición para tener una política migratoria inteligente es, por supuesto, tener control sobre nuestras fronteras. En ese sentido, resulta central combatir la inmigración ilegal, pues es imposible tener una política de migración legal eficiente y justa para quienes optan por la vía regular, si es que saltarse la fila y pasar por el lado no tiene mayores consecuencias. Esto, por supuesto, demanda una política de migración regular que sea también realista y eficiente. Si se ponen barreras excesivas y engorrosas, se terminan incentivando las vías irregulares.

Es importante tener claro que la migración ilegal viene aparejada de una serie de problemas, pues muchas de sus rutas suelen ser las mismas que las del tráfico de armas, personas y drogas. Una política demasiado laxa respecto a la migración ilegal es también un subsidio a mafias que constituyen un enorme peligro tanto para quienes desean entrar al país como para la seguridad interior del Estado.

Lo segundo es entender la inmigración como inversión. Nuestra política de acogida a quienes recibimos no puede ser “donde caben 4, caben 5” porque ello genera una presión sobre los servicios básicos que termina haciendo que la población local, especialmente la más vulnerable, resienta a quienes llegan. Una política migratoria ordenada debe contener directrices de distribución geográfica de la población migrante, así como incluir una mayor inversión en infraestructura y servicios básicos para procesar ese flujo migratorio sin degradar las condiciones de vida de las comunidades locales. No hacer esto expone a los propios migrantes al rechazo local producto de la disputa por el acceso a servicios básicos, alimentando así la xenofobia como expresión política de dicho rechazo. Mucho de esto es discutido por Guillermo Pérez en sus claves para el debate sobre migración.

Por último, resulta clave, en tiempos de crisis sanitaria, reducir lo máximo posible la circulación de personas por el territorio. Especialmente ahora que estamos en un proceso de inoculación masiva. Esto, porque las vacunas no son un recurso ilimitado (y es necesario vacunar a todos en el territorio), pero especialmente porque debe controlarse todo lo posible el ingreso de nuevas cepas del virus más resistentes a las vacunas.

Entre los pocos avances sustantivos que puede mostrar el actual gobierno de Sebastián Piñera se encuentran aquellos relativos a ordenar nuestra política migratoria. Lo heredado del segundo gobierno de Michelle Bachelet –del que participaron tanto el PC de Jadue como el PS de Narváez- era un descontrol absoluto en la materia, ampliamente resentido por la población. Sin embargo, esto es sólo un primer paso en un desafío que sólo crecerá con los años, si es que nuestra estrategia de desarrollo hacia un Estado social tiene éxito y las condiciones económicas e institucionales en muchos otros puntos de América Latina y el Caribe se siguen degradando.

Un subcapítulo dentro de las políticas migratorias son las políticas de refugio. Los países pueden decidir recibir a personas que vienen huyendo de Estados fallidos o cuyas vidas se encuentren en riesgo debido a la persecución del Estado. En este caso intervienen criterios de ayuda humanitaria que deberían flexibilizar los criterios migratorios regulares. Sin embargo, la ayuda, para que funcione, debe también ser en lo posible racional y ordenada, especialmente cuando se trata de crisis migratorias masivas (como la venezolana, que ya ha hecho que 5,4 millones de personas abandonen el país). Esto se ve facilitado cuando no se es un Estado fronterizo al país en crisis, como en el caso de Chile y Venezuela (nos separan, como mínimo, 4300 kilómetros). Distinta es, por ejemplo, la situación colombiana, cuyas políticas deben apuntar más bien a un orden y control expost de quienes huyen de Venezuela, con quienes comparten 2 mil kilómetros de frontera.

Discutir en detalle los criterios para otorgar refugio, el estatus del refugiado y el tipo de apoyo que recibirá mientras se encuentre en dicha condición es sumamente importante. También es importante, en el caso venezolano, discutir seriamente las opciones para intervenir un país que ha sido convertido en un Estado fallido por el caos gubernamental de militares corruptos y políticos criminales. De lo contrario, el refugio humanitario se puede volver un subsidio activo al régimen responsable de la miseria y la destrucción institucional, estabilizándolo en el poder. Las políticas de “puertas abiertas”, finalmente, tampoco son una opción que deba abrazarse sin más o porque una estrofa de nuestro himno nacional pareciera recomendarlas. Basta mencionar que una consecuencia no deseada de la política de “pies secos” norteamericana respecto a los cubanos que llegaran a sus playas fue que la dictadura cubana aprovechó la oportunidad para vaciar sus cárceles en las costas de Miami. El famoso caso de los “marielitos” que inspiró la historia de Tony Montana en la famosa “Scarface” de Brian de Palma.

No podemos discutir en serio una estrategia de refugio respecto a los venezolanos (que ya constituyen nuestra mayor población migrante, con medio millón de personas) sin reconocer que Venezuela ha sido convertido en un Estado fallido por el régimen chavista y que es una prioridad internacional que dicho país sea intervenido con miras a habilitarlo para que vuelva a cumplir sus funciones más básicas como Estado. Este debate puede ser un trago amargo para la izquierda nacional, pero el hecho de que el hundimiento económico e institucional de Venezuela tenga nombre, apellido y firma lo hace ineludible. No se puede seguir alegando la soberanía de un Estado que deja de funcionar como Estado. Y nuestro himno nacional entero, ya que algunos lo consideran tan relevante para guiar nuestra política internacional, no sólo llama a ser asilo contra la opresión, sino también a hacer temblar a los tiranos.