Columna publicada el lunes 11 de enero de 2021 por La Segunda.

Es sabido que la política —como la vida misma— es dinámica y tiene muchas vueltas,
pero no siempre hay segundas oportunidades. De ahí la gran responsabilidad que
recae sobre la derecha. Pese a la crisis de octubre, a la pandemia y a los múltiples
problemas de La Moneda, el ciclo electoral asoma muy promisorio para el oficialismo.
Así ocurre, desde luego, con la carrera presidencial. No se trata sólo del amplio elenco
de precandidatos instalados en la opinión pública, sino además de su incipiente
convergencia en torno a un mensaje político común. Hasta aquí son poco más que
orientaciones e intuiciones generales; sin embargo, es un hecho que las categorías
noventeras van dando paso a la cohesión e integración social como narrativa, y a la
experiencia alemana como horizonte. El desafío será traducir esto en planteamientos
robustos y prioritarios —no se puede repetir el error de la “clase media protegida”—,
pero el cambio de énfasis ya es notorio.

Por supuesto, también es positiva la consolidación de mecanismos para procesar las
diferencias y seleccionar a los candidatos. Si en materia presidencial Chile Vamos ya
tenía primarias vinculantes entre sus alternativas más competitivas —y nadie
entendería que se abandonara este procedimiento—, el inminente pacto electoral
unitario para elegir a los convencionales constituyentes revela una capacidad de
articulación política inédita en este sector.

Con todo, la noticia más auspiciosa para ese mundo —que los partidos debieran
apoyar e incentivar— es el recambio generacional que anticipan estas elecciones. En
política la renovación de diagnósticos, proyectos e ideas han de encarnarse en
liderazgos nuevos y creíbles, y son varias las candidaturas sub 40 e incluso sub 30 que
se anuncian hasta ahora. Algunos pasaron por centros de estudio o difusión de ideas
(Alejandro Fernández dirigió el IES, Ricardo Neumann la FPP y Magdalena Ortega
trabaja en Ideapaís); otros fueron SEREMI a corta edad (Federico Iglesias, Fernando
Peña y Tomás Mandiola); y otros destacados dirigentes estudiantiles (el caso de varios
anteriores, de Ruggero Cozzi y de Juan Carlos Gazmuri). Hay quienes vienen del
activismo social (Tania Córdova), y también de la academia o docencia universitaria
(Luis Alejandro Silva, Juan Luis Ossa y Constanza Hube).

Ellos son sólo algunos ejemplos, y ciertamente no se trata de un cuerpo cohesionado.
Pero que en distintos partidos y en varias regiones del país haya nuevos candidatos
militantes e independientes, dispuestos a competir y a marcar diferencias políticas e
intelectuales con el progresismo, es un fenómeno significativo para el centro y la
derecha; tanto o más relevante que sus buenas perspectivas electorales. Es, en suma,
una oportunidad de reconstitución.