Columna publicada el martes 26 de enero de 2021 por La Segunda.

La ficción es una vía privilegiada de acceso al mundo: hay novelas, películas y series
que nos ayudan a pensar la vida común. Un ejemplo muy pertinente considerando el
proceso constituyente y, en general, la política nacional, es “Borgen”.

Aunque ya tiene una década —y por tanto está ajena a las redes sociales—, la serie
danesa constata la relevancia de los medios de comunicación en la política actual, y los
dilemas éticos que supone esta realidad. Las demandas por mayor transparencia y sus
claroscuros, los traspasos de información entre ambas esferas, la desmesurada invasión
de la esfera familiar e individual; todo ello es recreado en “Borgen”.

En otro plano, a lo largo de sus tres temporadas la serie revela las dinámicas propias de
un régimen parlamentario. Hay una cultura institucional y unas prácticas políticas
inseparables de ese régimen: no es simplemente llegar e implantar una fórmula foránea.
De hecho, incluso en lugares como Copenhague resulta muy difícil articular coaliciones
mayoritarias después de las elecciones. Quienes promueven este sistema para Chile al
menos debieran notar cuán lejana a nuestra idiosincrasia son esas lógicas.

Otro aspecto sugerente de la serie, quizá no buscado pero muy bien logrado, es su
fino retrato de los problemas que enfrenta el “centro progresista” al pasar a la
primera línea política. Pese al favorable entorno cultural y al carisma, dedicación y
popularidad de la protagonista, Birgitte Nyborg, esta sensibilidad tiene dificultades para
hablarle a las grandes mayorías. Como se advierte en la tercera temporada, a primera
vista pareciera convocar a muchos, pero a fin de cuentas navega entre la indefinición
política y su tendencia a priorizar nichos poco masivos e incluso elitistas.

Ahora bien, tal vez el mayor acierto de esta producción reside en un ámbito menos
mediático, pero más cotidiano y decisivo en la trayectoria de los actores políticos: sus
relaciones interpersonales. “Borgen” refleja a la perfección los severos obstáculos
que existen para armonizar la vida familiar con las exigencias de la política
contemporánea. Desde luego, cuando la primera ministra es mujer todo se le vuelve
aún más cuesta arriba —allá también hay machismo—, pero el fenómeno aplica a
cualquier dirigente que intente tomarse en serio su vida conyugal y sus deberes de padre
o madre.

Con todo, surge la duda sobre si es adecuado el modo en que suele presentarse este
desafío —como la necesidad de optar por uno u otro, por la política o la familia—, o si
se trata de algo así como un falso dilema. Es decir, si acaso no ocurre que al descuidar
en demasía el entorno familiar se resiente la vocación profesional (y viceversa).
El singular derrotero de Birgitte Nyborg da para pensar.