Columna publicada el lunes 14 de diciembre de 2020 por La Segunda.

“Para nosotros es más natural una alianza con el PC que irnos con la ex Concertación”. La entrevista de Giorgio Jackson fue muy reveladora. Ya no más pactos por omisión (así llegó Jackson al Congreso), ya no más colaboración crítica con la centroizquierda (así llegó RD a comandar el Mineduc de Bachelet). Justo cuando Daniel Jadue sube en las encuestas, los rostros del viejo movimiento estudiantil aspiran a la máxima pureza. Si se quiere, el sueño es revivir algo así como el tercio que representó la Unidad Popular. Menos democracia burguesa y más ímpetu revolucionario, es el sueño latente.

Desde luego, la apuesta tiene mucho de nostalgia sesentera y poco de renovación política -la actitud del PC ante Venezuela habla por sí sola-, pero la decisión de Jackson tampoco sorprende demasiado. Su mundo siempre ha mirado con recelo -casi con repugnancia- a la transición y a los gobiernos posdictadura. Además, hace varios años el futuro residente del Reino Unido ya se jactaba de andar con “Atria en la mochila”. Lo del diputado RD simplemente se veía venir.

Con todo, este giro (aún más) a la izquierda de Jackson y su lote confirma ciertas tendencias del Chile postransición. Por de pronto, refleja un fenómeno que subraya Sol Serrano en su lúcido comentario a “Nos fuimos quedando en silencio”. Se trata del abandono de las ideas y de la cultura -de la teoría de la democracia- por parte de la centroizquierda. Este sector, en palabras de la premio nacional de historia, no advirtió a tiempo que “las distintas corrientes del posmodernismo, del lenguaje sólo como instrumento de poder y dominación estaba bien cerca del nihilismo y de la acusación de ilegitimidad de todo el sistema”. No es fortuito que la Concertación sea observada con casi tanta distancia como Augusto Pinochet.

El efecto de todo esto, aunque parezca paradójico, no es un proyecto de futuro. Es más bien el retorno a las mismas lógicas que la centroizquierda supuestamente había abandonado luego de su autocrítica ochentera. Como recuerda Max Colodro en su reciente libro “Chile indócil”, la segunda mitad del siglo XX estuvo marcada por una permanente e irresuelta confrontación histórica. Las planificaciones globales y los proyectos excluyentes -el propósito de erradicar al adversario político, desde el terrateniente hasta el militante de izquierda- sólo fueron parcial y momentáneamente superados con el retorno a la democracia. El desprecio de esta trayectoria por parte de sus protagonistas, la forma en que los artífices de ese frágil entendimiento (no) narraron ni explicaron su propia biografía, tuvo consecuencias. Como Jackson, sus hijos y nietos los excluyen sin pudor ni remordimiento. Para ellos, mucho mejor el PC.