Carta publicada el lunes 21 de diciembre de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

Agradezco las respuestas de Jorge Contesse e Íñigo de la Maza a mi carta publicada el sábado recién pasado, pues me permiten precisar mejor mi argumento. El profesor De la Maza señala que, si bien es cierto que permitir la eutanasia implica el riesgo de que ciertas personas podrían sentir que deben morir, prohibirla lleva aparejado un riesgo inverso: no estaríamos dejando morir a quienes tienen buenas razones para desear su muerte. Sin embargo, acá el lenguaje denota una distinción fundamental en teoría moral: la acción de matar tiene poco en común con el hecho de dejar morir. La eutanasia supone autorizar lo primero, y eso tiene implicancias morales muy profundas, que al menos deberían estar presentes en la discusión.

Por su parte, el profesor Contesse hace notar que parte relevante de la tradición liberal sí ha tomado en serio el problema del consentimiento. Tiene razón en ese punto, aunque no siempre está presente en el debate. Con todo, esto no implica que la respuesta que ellos ofrecen sea la más adecuada. En efecto, la pregunta que debemos formular es en qué medida la mera autorización de la eutanasia ya podría constituir una carga psicológica para algunos. Si esto es plausible, resulta muy difícil luego lograr distinguir cuando se trata de una decisión “permanente, informada y plenamente libre”. Dicho de otro modo, no creo que haya ninguna decisión que no esté condicionada fuertemente por el entorno social —no somos mónadas— y, en ese contexto, la pregunta que deberíamos formular es si permitir la eutanasia no modifica esas condiciones en un sentido distinto al que imaginamos.