Reseña escrita por Antonio Correa para la revista Punto y coma Nº3.

Sobre Recuerdos de la revolución de 1848 (Madrid: Editorial Nacional, 1984), de Alexis de Tocqueville

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Al leer memorias corremos el riesgo de menospreciar todo aquello que parezca demasiado subjetivo, como si el relato ideal del pasado fuese una relación distanciada, fría y objetiva de los hechos. Pero quizá lo más interesante de unas memorias es justamente esa subjetividad ineludible que las caracteriza y las distingue de una crónica. Un ejemplo patente de aquello son los Recuerdos de la revolución de 1848, de Alexis de Tocqueville.

En estas memorias, el intelectual francés no se limita a realizar un desnudo relato de los hechos que produjeron la abdicación del rey Luis Felipe dando origen a la Segunda República, en la cual el autor participó tanto en la comisión constituyente como ejerciendo de ministro de relaciones exteriores. La narración se complementa con penetrantes análisis sobre los personajes, los acontecimientos y la sociedad que escenifican esta revolución y la República que le siguió. Los Recuerdos pretenden ser, en palabras de su autor, “un espejo en el que me divertiré mirando a mis contemporáneos y a mí mismo”. Quizás por eso el libro, reflejando el carácter y genio de Tocqueville, está a medio camino entre la sociología y la filosofía política. Esa mirada subjetiva desde la cual el autor describe los hechos es tan interesante como los hechos mismos.

La lectura de este libro es recomendable para quienes se aventuren a enfrentar la situación política que vive nuestro país desde el 18 de octubre. Quien quiera realizar ese viaje no solo necesita comprender el porqué de la situación actual (sus causas económicas, sociales, políticas, etc.). Además, debe contar con un adecuado mapa del terreno en que se moverá (cómo se entrelazan y expresan las distintas posiciones políticas en juego), y aperarse de los pertrechos necesarios para tener éxito (ciertas ideas matrices, por ejemplo, de cómo las reformas políticas pueden, o no, resolver malestares sociales). Si olvida estos dos últimos elementos es muy posible que sus propuestas no hagan sentido ni sean duraderas. En los Recuerdos presenciamos cómo Tocqueville dibuja el mapa del territorio político. Paso a paso, va explicando los distintos accidentes del terreno, advirtiéndonos los peligros y obstáculos, e indicando las encrucijadas propias de cada camino para, finalmente, señalar cuál sería el mejor. El proceso es interesante porque nos permite ir captando ciertas ideas matrices y criterios generales sobre la actividad política que la genialidad de Tocqueville fue aprehendiendo a lo largo de toda una vida y que pone a nuestro acceso en sus obras. Además, el lector se divertirá ante innumerables fragmentos que resuenan en el presente. Por ejemplo, quedamos pasmados ante la vigencia de frases como “celebráis que ha sido derrotado el gobierno, pero ¿no os dais cuenta de que es el poder mismo el que está por los suelos?”.

Respecto a la necesidad de contar con principios que guíen los procesos de reforma institucional, una idea matriz que parece cruzar toda la obra es lo que podría llamarse un “realismo político”. El francés se aproxima a la política como una actividad situada en una sociedad con particularidades históricas y culturales que no se pueden ignorar. Así, por ejemplo, al participar en la comisión constituyente, Tocqueville no critica en sí misma la idea de una sociedad descentralizada. En cambio, arguye que es imposible volver descentralizada a la sociedad francesa de la noche a la mañana. Es decir, las soluciones institucionales tienen futuro en la medida en que están situadas y mantienen continuidad con una realidad cultural e histórica. Este hecho, que tendemos a olvidar en tiempos globalizados como el nuestro, es especialmente importante al definir las normas que sustentan la estructura política y jurídica de cualquier sociedad. Esto harían bien en recordar varios criollos, esos que con tanta creatividad argumentan trasplantar sin mayores cuestionamientos instituciones extranjeras, como si nuestra cultura e historia fueran las mismas que las de ingleses o estadounidenses.

En definitiva, la lectura de Recuerdos de la revolución de 1848 puede ser muy provechosa e interesante en nuestros días. Pero lo es, precisamente, porque ella desborda la subjetividad de un observador lúcido, uno que no pretende ampararse en la supuesta neutralidad de los hechos.