Columna publicada el domingo 29 de noviembre de 2020 por El Mercurio.

“Populismo” es la etiqueta escogida para describir la crisis por la que atraviesa la política chilena. Y se aplica sobre todo para cuestionar el comportamiento de nuestros representantes, a ver si con esos epítetos reaccionan. Hay que decir que ellos no se esfuerzan demasiado en evitar el juicio, divididos entre un gobierno paralizado y una oposición rendida a lo que supuestamente pide una ciudadanía a la que renunciaron interpretar. El despliegue de una política irresponsable, más preocupada de calmar la furia de las masas que de mediar entre sus legítimas demandas y el modo adecuado de responder a ellas, confirmaría que el populismo ha llegado a nuestras tierras.

Sin embargo, no es claro hasta qué punto el término es útil para los objetivos de quienes lo aplican. Aunque se lo enarbole como alerta de una peligrosa amenaza, todo lo que la palabra incluye sigue avanzando. Y es que con “populismo” no se habla más que de las estrategias de una clase política acorralada y desesperada ante una ciudadanía que la desprecia. Por lo mismo, es indiferente a las advertencias sobre las implicancias de sus prácticas. Por ahora solo le preocupa salvarse a sí misma, incluso a costa de erosionar las bases de la insitucionalidad que la sostiene.

Quizás convenga repensar el modo en que entendemos el populismo, a ver si con ello la etiqueta se vuelve una categoría más eficaz. Al convertirlo en la conjunción de todos los males, hemos hecho del fenómeno algo irrelevante, de lo que simplemente debemos escapar. Se olvida que el populismo no se reduce a un aterrador líder carismático, sino que también remite a unos seguidores que han decidido entregarle su apoyo.

Reconocer su protagonismo obliga a abandonar los gritos de denuncia, para volcarse a la observación detenida de los motivos que explican sus decisiones. Si parte de nuestra crisis se debe a la fractura entre política y sociedad, hagamos del populismo un concepto que nos permita empezar a recomponer el vínculo que sostiene la democracia.