Carta publicada el martes 3 de noviembre de 2020 por La Segunda.

Señor director,

A pesar de la relevancia del itinerario constitucional, una parte no despreciable del problema escapa a nuestras instituciones formales. Dicho de otra forma, el problema es sociológico antes que institucional.

Es esta una dimensión desatendida de la crisis: la profunda ausencia de sentido por la que atravesamos. No somos capaces de llenar la carencia de símbolos compartidos, como sugieren los ataques contra la estatua del general Baquedano y los ritos de cada viernes en Plaza Italia, la inexistencia de espacios comunes o de respeto por las creencias ajenas.

La Tía Pikachu, el Matapacos o la Primera Línea son solo espejismos de símbolos, productos del marketing callejero, tan efímeros como infantiles. Esta insuficiencia simbólica parece mostrar un problema profundo en el plano existencial de la comunidad. No basta con “abrazarnos para no soltarnos más”, sino que hay que atender con urgencia el sustrato nihilista en que anida el descontento, tan real como difuso. El problema no es solo simbólico: pasa también por la segregación de las ciudades, prácticas muchas veces abusivas, el aprovechamiento de la asimetría entre clases sociales y otras. Junto con el debate jurídico, esta dimensión sociológica se encuentra a la base del desgarro social chileno.

Solo teniendo en consideración estos elementos podremos emprender un debate en torno a un rediseño institucional que nos ayude a salir de nuestras crisis. Es allí donde parecen residir las heridas que impiden rehabilitar nuestro tejido social.