Columna publicada el lunes 19 de octubre de 2020 por La Segunda.

“El gobierno no ha tomado una posición, pero lo va a poder hacer en el futuro”. Con esas sugerentes declaraciones, el ministro Bellolio pareció confirmar las versiones de prensa que anuncian un inminente giro de La Moneda en materia de matrimonio. La apuesta sería respaldar el proyecto que tramita el Senado para que las parejas del mismo sexo contraigan el vínculo conyugal. ¿El motivo? Mostrar un sello transformador, que no se limita a defender el statu quo.

Se trata de un escenario francamente inverosímil. Por un lado, implicaría un nuevo vaivén de Sebastián Piñera (¿le quedaría alguna convicción que exhibir al Presidente?). Por otro, acentuaría las divisiones dentro del oficialismo justo cuando más unidad requiere, a las puertas del probable proceso constituyente y de un intenso ciclo electoral.

Con todo, lo más sorprendente sería creer que en esa clase de agendas se juega la superación del status quo. Más que encender las redes sociales, un propósito de esa índole suponía tomarse en serio las tensiones inherentes al desarrollo posdictadura, sin descartar a priori el malestar social. Suponía también un gabinete inicial distinto, y no uno “sin complejos” ni con “todos los amigos del Presidente”, como criticara tempranamente Pablo Ortúzar. Y desde luego suponía aprovechar al máximo el primer año en Palacio. En rigor, había que conducir e impulsar reformas significativas en favor de las grandes mayorías. Que el proyecto de clase media protegida —quizá la principal promesa de campaña— haya sido básicamente un voladero de luces sugiere, sin embargo, que nunca existió un auténtico ánimo reformista. Gobernar es priorizar.

La paradoja, entonces, es manifiesta. El mismo piñerismo que desaprovechó una oportunidad histórica para promover modificaciones socioeconómicas cruciales, ahora desearía clavar una de las banderas favoritas de cierto progresismo para subirse (tarde y mal) al carro de la vanguardia. Con ello ratificaría no sólo su honda desorientación. Además, volvería a privilegiar aquellas disputas que, si bien apasionan a las elites, no responden ni a los anhelos ni a las dificultades cotidianas de los sectores populares.

Tal vez el círculo que rodea al Presidente padece una compulsión a adoptar posiciones dominantes en los ambientes ilustrados de turno. Así ocurrió antes con el voto voluntario, el cambio de sexo registral en los menores de edad y tantas otras cosas, de naturaleza muy diversa. La consigna siempre pareciera ser idéntica: hay que “avanzar”. Pero como era previsible, ninguna de estas “conquistas” ha servido demasiado para conectar con las necesidades e inquietudes del Chile profundo. Que hablemos de todo esto entre el 18 y el 25 de octubre es sencillamente tragicómico.