Columna publicada el viernes 2 de octubre de 2020 por La Tercera.

Hace unas semanas, murió la famosa jueza de la Corte Suprema estadounidense Ruth Bader Ginsburg. La reconocida jurista, amiga cercana del exjuez conservador de la misma Corte, Antonin Scalia (muy influyente en Estados Unidos) es un ícono para cierto feminismo. Considerada una de las grandes impulsoras de la igualdad entre hombres y mujeres, promovió agendas que consideraba fundamentales para la causa femenina, incluyendo el aborto. Su vacante está abriendo las puertas de la Corte Suprema a otra mujer, una destacada abogada que se aparta de la línea liberal de Ginsburg.

Amy Coney Barrett es reconocida ampliamente en la academia y en el mundo judicial norteamericano. La actual jueza de Corte de Apelaciones estudió derecho en la Universidad de Notre Dame y es profesora en la misma casa de estudios. Tras graduarse primera de su generación, trabajó en la Corte de Apelaciones de Washington DC, y luego con el Juez Scalia en la Corte Suprema. Ahora, con 48 años, eventualmente será jueza de esa misma instancia. Incluso para aquellos que no están de acuerdo con su manera de pensar ni con su aproximación jurídica, sus talentos saltan rápidamente a la vista. Pero además de su éxito profesional, Barrett es una madre comprometida de 7 hijos – dos de los cuales son haitianos adoptados. Junto a su marido, también abogado, se han esforzado para tomarse muy en serio la familia sin sacrificar la realización profesional y el servicio al país.

Ella encarna una de las grandes consignas del feminismo: el pleno desarrollo de la mujer en las distintas dimensiones de la vida. La visión y las ideas impulsadas por Ginsburg toman con Barrett un tinte distinto: ser contraria al aborto y sostener valores conservadores no le han impedido desenvolverse exitosamente en todos los espacios, en contra de la caricatura de la mujer conservadora que generalmente se presenta.

Pero el equilibrio alcanzado por Barrett, aunque posible, sigue siendo más bien excepcional. Y eso plantea preguntas difíciles a nuestra sociedad. El desarrollo humano es complejo. Implica el goce de distintos bienes que no pueden ser reducidos a solo un ámbito de la vida, y que suponen cuestiones tan diversas como la entrega al resto, cultivar la vida intelectual, el esfuerzo y sacrificio, la explotación de los talentos, la amistad o la vida del espíritu. Sin embargo, nuestra cultura ha construido una suerte de exclusión entre ellos. La manera en que funciona el mundo laboral, la fuerza del mercado y las prioridades de nuestras sociedades nos presentan siempre la realización personal como una elección entre distintos bienes. Así, muchas personas -mujeres principalmente, aunque no de manera exclusiva – deben decidir constantemente entre diferentes alternativas, como la clásica disyuntiva entre ser exitosa profesionalmente o tener una familia. La sociedad lo presenta como lo uno o lo otro y así condiciona el pleno desarrollo tanto de mujeres como de hombres.

Si hemos establecido que la plenitud humana tiene una sola dimensión, no es tan extraño que el aborto aparezca como una alternativa atractiva en la medida en que se presenta como la gran promesa de liberación, aunque dañe a todos los involucrados. Tampoco es raro que la familia sea percibida como puro costo, ni que muchas mujeres muy capacitadas y hábiles profesionalmente se vean forzadas a restarse de los espacios de influencia para cuidar a sus hijos, aun cuando les gustaría estar ahí. Una concepción así del bien humano, a la larga destruye las bases más fundamentales de la sociedad.

Esa elección que nuestras sociedades empujan a hacer, pero que en realidad no tiene un correlato con lo que exige una vida buena, hace más difícil que mujeres talentosas puedan ocupar puestos de liderazgos y aportar a sus países. ¡Y cuánto pierde la sociedad por eso! Los costos de esta disyuntiva construida nos muestran que trabajar por la mujer es trabajar por toda la sociedad. Chile tiene sus propias mujeres excepcionales, pero no cabe duda de que aún hay barreras que impiden que muchas (y muchos) puedan desarrollarse y servir a su país desde más espacios.