Columna publicada el martes 13 de octubre de 2020 por El Líbero.

“Se acabó el duopolio en esta tarde hermosa, se acaba la corrupción, la injusticia, las malas prácticas, irrumpe hoy una nueva fuerza política y social de ciudadanos dignos que, con independencia de los partidos, nos hemos dado a recuperar no solamente la dignidad de la ciudad, sino que también la de nuestro país”

Estas vibrantes palabras, recogidas hace unas semanas por El Mercurio de Valparaíso, fueron parte del discurso que dio Jorge Sharp el día en que ganó la alcaldía. Ya han pasado casi cuatro años de ese triunfo y ninguna de las promesas ahí mencionadas se cumplieron. La ciudad no ha revertido su decadencia y sigue capturada por las malas prácticas. Para peor, el puerto principal está gobernado por un alcalde que si venció al duopolio fue imponiendo una forma de hacer política contraria a la renovación prometida.

Ninguno de estos asuntos es nuevo en Valparaíso, pues los alcaldes anteriores estaban lejos de cumplir estándares mínimos de probidad –de allí el triunfo de un candidato que parecía remitir a otras dinámicas–. Si la gestión de Sharp ha tenido más presencia mediática a nivel nacional que antiguas administraciones se debe, en parte, a que la autoerigida superioridad moral del edil provoca que cada error se amplifique hasta el infinito. Esa pureza proclamada a los cuatro vientos condujo al alcalde a la soberbia de creer que una ciudad en ruinas podía reconstruirse a pura voluntad, entre amigos y sin darle espacio a quienes piensan distinto. Jorge Sharp, el mismo que había prometido recuperar la comuna con las manos limpias, hoy paga la cuenta de esos errores, pues olvidó que el respetable suele celebrar cuando los más soberbios caen.

Además, el alcalde se ha preocupado de posicionar una imagen a nivel nacional muy distinta de la que proyecta en la ciudad. A ese político tolerante y abierto al diálogo, que conversa con Cristián Warnken sobre filosofía y bien común, no se le ha visto aparecer por el puerto (“luz en la calle y oscuridad en la casa”, decía mi abuela). Bien lo saben quiénes se han atrevido a criticar su gestión: concejales de su mismo bando, columnistas, emprendedores, artistas y medios de comunicación. Para Sharp, todo el que lo contradiga es parte de una maquinaria que responde a intereses ocultos y sucios, generalmente vinculados a las gestiones anteriores.

De esta forma, el carácter “ciudadano” del municipio porteño se ha ido revelando poco a poco como un invento de marketing que solo existe en las cuentas de Twitter del alcalde y sus amigos. Y si alguna vez hubo algo parecido a una alcaldía ciudadana, fue una ilusión que duró unas pocas semanas. De hecho, Jorge Sharp se ha ido quedando cada día más solo. A la fractura con el Frente Amplio, intensificada luego de conocerse las irregularidades en el municipio, se suman sus constantes quiebres con los movimientos locales que creyeron en su palabra y lo ayudaron a llegar al poder. Muchos de ellos se dieron cuenta –demasiado tarde– que Sharp traía consigo los mismos vicios de la vieja política que supuestamente venía a combatir.

A pesar de todo lo anterior, el caso de Valparaíso no es excepcional, pues en varios municipios ocurren cosas similares. Sin embargo, los problemas en la gestión de Jorge Sharp son particularmente relevantes. Ellos reflejan a pequeña escala las tensiones que podría llegar a tener el país si es que es gobernado por una nueva izquierda con muchas dificultades a la hora de hacer política. La soberbia de creer que solo ellos pueden interpretar la voz de la ciudadanía, la incapacidad para lograr acuerdos y la distancia de sus discursos puritanos con los hechos concretos, son algunas de las dinámicas que este sector debe modificar si es que quiere conseguir los grandes objetivos que se han planteado. Valparaíso muestra que no es suficiente con jóvenes, caras nuevas y discursos rimbombantes.