Columna publicada el miércoles 2 de septiembre de 2020 por Diario U. de Chile.

Es imposible pensar la historia de la transición sin Lavín o Longueira. Para la primera elección presidencial de Lavín, Longueira era presidente de la UDI. En esta tercera posible carrera a La Moneda, hay posibilidades de que la dupla se repita. Las cosas no cambian tan rápido, a pesar de las ilusiones y hashtags que anuncian que Chile despertó.

Los dos debates más importantes del último tiempo —el plebiscito constitucional y la elección presidencial— no son la excepción. Con diferencia de casi una semana, ambos políticos entraron con apuestas fuertes a la discusión. La vieja guardia de la UDI supo ver el vacío en la opinión pública –el centro político no existe a nivel parlamentario–-, logró copar temporalmente la discusión, y hoy todo gira en torno a ellos. Entre la polvareda que se levantó con ambas polémicas, podemos constatar algunas lecciones sobre el vacío que hay en nuestra política.

Hemos visto en estas semanas a una oposición (u oposiciones) perdida, con escasa claridad, marchando según la música que puso Lavín. Prueba de ello es que siguen girando en banda respecto de qué es ser socialdemócrata. Ni hablar de ir un poco más allá del eslogan de “cambios estructurales y derechos sociales” que permea a lo ancho de las oposiciones. De cara al proceso constitucional, tan largamente esperado por ese sector, se esperarían algunas definiciones menos atractivas, pero cruciales para pensar el país que vendrá: qué tipo de Estado se busca, cómo compatibilizar al Congreso con el presidente, de qué manera hacer justiciables los derechos, en fin. La constitución es, sobre todo, un entramado de reglas institucionales, ninguna de las cuales parece importar hasta ahora.

Podemos resumir el estado del terreno así: la izquierda tiene muy claro qué hacer frente al plebiscito (aprobar y convención constituyente), pero escasa o nula claridad frente a la constitución. La derecha, en cambio, se acaba de desparramar frente al plebiscito, pero parece tener un acuerdo medular respecto del contenido de la carta fundamental

El vacío opositor se agrava con la entrada de Longueira al ruedo. A pesar de que muchos en la derecha cuestionan la oportunidad (cuando ya hay alguna claridad respecto del resultado del plebiscito) y la conveniencia de su opción, lo cierto es que zamarreó a la izquierda. Al mismo tiempo, si Longueira logra hacerse de la presidencia de la UDI, es muy probable que aplaque el fantasma que asusta al partido por la derecha, José Antonio Kast.

Por el otro lado, el protagonismo de Lavín y Longueira (sumado a la entrada de Matthei como precandidata presidencial) habla mal de la capacidad de renovación en la derecha. Un par de viejas glorias desploman gran parte de las certezas de su sector (votar Rechazo), y amenazan con tomar el control casi total de la situación. A pesar de estar emparentados con aquello que se ha demonizado con tanta insistencia –la dictadura, la UDI, la transición–, lo cierto es que parece que los 90 y los 2000 pudieron volver mucho más fácil y rápidamente de lo que podíamos pensar en octubre del año pasado.

Mirando ese escenario, junto con la desorientación y la fragmentación opositora, vemos que hoy es perfectamente posible que los voceros de una parte no menor del Apruebo sean justo dos políticos de derecha que dábamos por muertos. Ahí sí que hay un fantasma para la centroizquierda. Cuando se enfrenta al vacío, el pasado es más pegajoso de lo que nos gustaría admitir, más difícil de olvidar, y vuelve una y otra vez para iluminar o ensombrecer nuestro incierto presente.