Artículo de Claudio Alvarado, publicado en la revista Punto y coma, como contrapunto al artículo “¿Podría haber triunfado Allende?“, publicado en el mismo número y escrito por Noam Titelmann.

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Sobre Salvador Allende. El fracaso de una ilusión, de Gonzalo Vial (Santiago: Universidad Finis Terrae — Centro de Estudios Bicentenario, 2005)

“El personaje clave de la Unidad Popular”, Salvador Allende, “merece respeto”. Más aún, “no hizo nada que ni remotamente permita despreciarlo, aunque pensemos que muchas veces haya estado profundamente equivocado”. Estas ideas, contenidas en las primeras páginas de Salvador Allende. El fracaso de una ilusión, ilustran con claridad la singular perspectiva que distingue al libro de Gonzalo Vial. Desde luego, se trata de una obra crítica de la Unidad Popular (UP) y del expresidente Allende. Sin embargo, quien se acerque a ella desde la mera sospecha, como si fuera absolutamente predecible lo que dirá sobre estas materias un historiador conservador que fue activo opositor de la UP, se llevará más de una sorpresa. En rigor, Vial se toma muy en serio el auge y caída de la UP, alejándose de las caricaturas o las explicaciones simplistas al momento de examinar el quiebre más brutal y complejo del Chile republicano.

Quizá la principal manifestación de ese enfoque sea el cuidado perfil de Salvador Allende que dibuja el libro, reconociendo en él ni más ni menos que la ambigüedad característica de la condición humana. Por un lado, el autor subraya varios aspectos positivos de la personalidad de Allende. Entre otros, su “pasión patriótica”, su consecuencia en la esfera política (“no puedo dejar de admirar las conductas que por convicción sincera permanecen fieles a un ideal”), su consecuencia social (“como presidente siguió viviendo la misma vida, con el mismo grupo de amigos y amigas de su edad”) y su probidad (“desde el poder no incrementó en nada su patrimonio personal”). Tal vez nada llama tanto la atención como el hecho de que, según Vial, el líder de la UP “no tenía ningún resentimiento”. Asimismo, destaca la forma en que el historiador aborda el suicidio de Allende. En este punto Vial no solo renuncia al juicio moral, sino que señala que ese trágico acto “posee sin duda un sentido político, y en eso es muy respetable, es un acto de grandeza personal: la única forma que le queda de entregar y subrayar su mensaje”.

Por otro lado, nada de lo anterior impide al autor analizar críticamente diversos aspectos de la vida política del expresidente. Una de las preguntas que más inquieta a Vial es cómo explicar que Allende, un líder de masas innato e históricamente eficaz en el ámbito partidario, haya encabezado “una gestión de gobierno desastrosa como ninguna otra”. El texto apunta a su errónea creencia “en el poder compartido” y al hecho de que “no supo o no pudo imponer su autoridad”. Acá jugó un papel crucial el precio que pagó Allende para conseguir la nominación a la presidencia luego de tres intentos frustrados. Tal precio fue que las decisiones gubernamentales no dependerían única ni principalmente del jefe de Estado, sino del Comité de la Unidad Popular, compuesto por representantes de todos los partidos de la UP, y cuyas decisiones debían ser adoptadas por la unanimidad de sus miembros presentes. Si, como cree Vial, Allende “confió en su legendaria muñeca para contrarrestar la adversidad”, no es imposible pensar que cierta dosis de soberbia también le haya jugado una mala pasada. En cualquier caso, Vial detalla cómo las iniciativas emblemáticas de Allende a lo largo de sus mil días, desde el proyecto que reemplazaba al Congreso por una Asamblea del Pueblo unicameral hasta el frustrado plebiscito y los intentos finales del diálogo con la DC, fueron sistemáticamente bloqueadas por el Comité de la UP. Todo esto, dicho sea de paso, permite comprender las sentidas palabras que —según Joan Garcés— dirigió Allende al emisario que el PS envió a La Moneda la mañana del 11 de septiembre de 1973. Al ser consultado sobre qué harían en adelante, el presidente respondió con trágica sinceridad: “nunca antes me han pedido mi opinión. ¿Por qué me la piden ahora?”.

El libro también mira con mucho recelo las vacilaciones de Allende. En particular, aquello que Vial considera el “gran enigma” de su gobierno: que “durante años osciló entre el estilo parlamentario del que provenía y la tentación guevarista”. En efecto, mientras el líder socialista siempre defendió retóricamente la vía legal para alcanzar el poder y para, una vez situado en él, empujar la revolución socialista, en los hechos fue amigo personal del Che Guevara y de Fidel Castro, visitó Cuba, asistió a la fundación de OLAS (entidad que coordinaba los movimientos revolucionarios latinoamericanos) y respaldó los conocidos resquicios legales, entre varios otros hitos de la misma índole. Por ejemplo, el problema con los “bultos cubanos” de 1972, un sospechoso conjunto de equipajes proveniente de la isla regida por Castro que fueron llevados a la casa del expresidente sin pasar por la aduana. O el “episodio Santucho”: un grupo de guerrilleros argentinos fugados del país trasandino respecto de los que Allende debía decidir qué hacer, si devolverlos a su país o ayudarlos. Ante esa disyuntiva, Allende habría resuelto otra cosa: “éste es un gobierno socialista, mierda, así es que esta noche se van para La Habana”. Es la dinámica de la tensión jamás resuelta entre el ánimo institucional y el anhelo revolucionario. En los términos de Vial, “Allende era un hombre tironeado entre su moderación verbal, su pasado de viejo demócrata, de una parte, y de la otra su entusiasmo, también de viejo, por este romanticismo juvenil de la violencia”.

Con todo, el autor está lejos de creer que la caótica realidad del Chile predictadura se reducía a los vaivenes del expresidente. Las críticas de Vial tampoco se agotan en el guevarismo o el resto del entorno de Allende. Sus cuestionamientos ni siquiera se restringen a quienes, como Carlos Prats o el Cardenal Silva Henríquez, limitan al diálogo a la UP y la DC, olvidándose de un sector importante de la “política regular”: la derecha. A fin de cuentas, Gonzalo Vial describe dos crisis que confluyen por esos años. La primera, relativa a la ingobernabilidad de Allende y la UP, marcada por la polarización y el bloqueo del sistema político, así como por la violencia y el desastre económico del período. Pero esta crisis era solo una parte, aunque muy importante, de una segunda crisis más amplia, una crisis nacional que venía al menos desde los años cincuenta. Ella consistía, siguiendo el concepto acuñado por Mario Góngora, en que convivían tres tercios con su respectiva planificación global, cada una incapaz de imponerse a la otra. El dramático resultado de todo esto, al decir del autor, era que “casi todas las fuerzas políticas y, en general, casi toda la población, querían la guerra civil, o al menos la aceptaban, resignadamente, como una tragedia inevitable”.

Desde luego, estas y otras consideraciones podrán ser objeto de debate (basta pensar en el contrapunto con el Allende que perfila Carlos Altamirano); es lo que, en general, seguirá ocurriendo con esta disputada etapa de nuestra historia. Pero, precisamente por ese motivo, este tipo de obras merece ser leída y releída. Alguien podrá argumentar que el Salvador Allende de Vial carece de la sistematicidad propia de los textos estrictamente académicos. A cambio, sin embargo, el libro de Gonzalo Vial, originalmente un conjunto de conferencias leídas en un ciclo celebrado a treinta años de la muerte del expresidente socialista, ofrece una indispensable visión de conjunto del período 1970-1973; una visión que haríamos bien en meditar al cumplirse cinco décadas de aquel doloroso momento en que “nadie tenía fuerza electoral, fuerza parlamentaria ni fuerza social como para imponer su propio programa. Pero al mismo tiempo nadie… estaba dispuesto a transigir”.