Artículo de Noam Titelman publicado en la revista Punto y coma, como contrapunto al artículo “Un fracaso respetable“, publicado en el mismo número y escrito por Claudio Alvarado.

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Sobre Salvador Allende. El fracaso de una ilusión, de Gonzalo Vial (Santiago: Universidad Finis Terrae — Centro de Estudios Bicentenario, 2005)

El libro de Gonzalo Vial, Salvador Allende. El fracaso de una ilusión, es una crónica sobre la Unidad Popular y los hechos que condujeron al golpe de Estado en 1973. Es destacable que Vial haya evitado en esa crónica dos atajos fáciles. Por un lado, desmiente varias de las afirmaciones negativas sobre la personalidad e intenciones de Allende: Vial describe al expresidente como dotado de una consecuencia social poco frecuente y una intachable probidad (35-42) y no le niega la intención genuina de alcanzar una revolución democrática, pluralista y libertaria (51). Por otro, y quizás más llamativo dada la biografía del autor, se abstiene, casi sin excepción, de juzgar el fin último de Allende y su proyecto socialista. Vial no presenta el golpe como resultado de los fines del proyecto allendista, sino como una consecuencia inevitable de los medios empleados para lograrlo.

Es curioso que también en la izquierda haya dominado una visión fatalista sobre los medios empleados por Allende. Son dos las principales perspectivas con que la izquierda ha explicado el golpe de 1973. Desde la tradición revolucionaria más radical, la razón estaría en el rechazo de Allende a armar un ejército paralelo que pudiera hacer frente a las élites amenazadas. Por ejemplo, Ralph Miliband, coincide con Vial en describir a Allende como un político eminentemente parlamentario e institucionalista con, a lo más, algunas tendencias revolucionarias[1]. Así, para Miliband, la insistencia en la vía institucional y gradual, en particular confiando en la neutralidad de las Fuerzas Armadas, pecó de un exceso de ingenuidad que hizo inevitable el desenlace.

La otra tesis desde la izquierda fue liderada por Enrico Berlinguer[2]. A partir de la experiencia chilena, el dirigente comunista italiano concluía que la unidad de la izquierda no sería suficiente. Sería necesario realizar un “compromiso histórico” con otras fuerzas políticas, en particular con la Democracia Cristiana, pues solo así se podría asegurar la pervivencia de la democracia ante la respuesta reaccionaria que traerían las reformas económicas y sociales. El socialismo democrático requeriría tanto de la capacidad de acumular como de perder fuerza generando compromisos con sectores democráticos no revolucionarios. En este sentido, citando a Lenin, Berlinguer hace referencia a la necesidad de una “ciencia de la ofensiva” y, especialmente, una “ciencia de la retirada”, como parte de una estrategia democrática hacia el socialismo.

Sin referirse a este debate de la izquierda, Vial coincide en la centralidad que tuvieron para el fracaso del proyecto de Allende los tres elementos que allí se mencionan: la creciente animadversión de las Fuerzas Armadas, la falta de alianzas amplias y la emergencia de la guerra de clases. Adicionalmente, detrás de estos aspectos encuentra otras dos explicaciones: la “crisis chica” y la “crisis grande”.

La crisis chica se resumiría en la presencia del “guevarismo”, una corriente ideológica más o menos estructurada con presencia en el MIR, considerables sectores del Partido Socialista y una variedad de grupos de izquierda radical. El guevarismo sería responsable de haber agudizado la crisis económica y la tensión social al haber llevado a la Unidad Popular a expandir las estatizaciones del área social (104-105) y sería culpable de la imposibilidad de Allende de generar una alianza más amplia, al boicotear las conversaciones con la DC (132-134). Además de estos catalizadores de la crisis chica, el principal efecto del guevarismo para Vial sería que introdujo la violencia y el caos en la esfera nacional, lo que, ante el temor de una guerra civil, habría llevado a los militares a quebrar su neutralidad y tomar partido contra la UP (161-163). En este último punto Vial no deja espacio a la duda: “En Chile la violencia como método y necesidad insoslayable la introdujo el guevarismo y suscitó la contra violencia adversaria” (94)

La tesis de la inminente guerra civil guevarista, ilustrada con los dichos incendiarios de algunos dirigentes políticos de izquierda, se basaría en la existencia de milicias de tamaño desconocido y en que “era notorio que todo el mundo se estaba armando en Chile, menos las Fuerzas Armadas” (160). Mirado en retrospectiva, la evidencia en contra de esta tesis es abrumadora y es innegable que la resistencia de milicias al golpe fue marginal. En realidad, para su buena o mala fortuna, la UP parece haber sido muy eficaz en evitar el surgimiento de un ejército popular paralelo. Las pocas evidencias del supuesto poderío militar guevarista han sido desmentidas por la mayoría de los historiadores como artefactos de propaganda del régimen militar[3]. Quizás lo más interesante de la tesis de una supuesta guerra civil guevarista es que permite reflejar los estados de ánimo que se vivían en quienes percibían el peligro apremiante de un quiebre democrático, más allá de que se basaran en hechos falaces.

A diferencia de la explicación de la crisis chica, el relato de la crisis grande parece dar mejor cuenta de lo acontecido y permite incluso precisar algunas de las explicaciones que han dominado el análisis desde la izquierda. La crisis grande, basada en la visión de Mario Góngora, hace referencia a la existencia de tres proyectos de “planificación global” que, a partir de mediados del siglo XX, significaron la imposibilidad de dar una gobernanza estable al país. Los tres tercios de la política chilena (izquierda, centro, derecha) estaban marcados por proyectos políticos que ideológicamente no podían transar: “en puridad de ideas sus modelos de sociedad eran incompatibles e inconciliables” (77). Así, este sería el fondo de la crisis institucional de Chile, que terminó en el golpe militar: “Nadie tenía fuerza electoral, fuerza parlamentaria ni fuerza social como para imponer su propio programa. Pero al mismo tiempo, nadie (…) estaba dispuesto a transigir para generar esa mayoría” (103-104). La idea de un ejército popular paralelo, pese a lo que Miliband postula, habría sido inviable porque no se disponía de tal fuerza social, sobre todo frente a un ejército formalmente entrenado como el chileno. Tampoco la idea de una alianza social y política amplia, como sugiere Berlinguer, hubiera sido viable porque las ideologías de planificación global implicaban una incompatibilidad inconciliable. La política chilena se habría visto así atrapada por la incapacidad de aplicar esas ciencias de la ofensiva y de la retirada, que reclamaba Berlinguer, sucumbiendo a la reacción feroz encarnada en el golpe de Estado. En este sentido, el libro de Vial describe, además del fracaso del proyecto allendista, otra desilusión, la del “excepcionalismo” chileno: la creencia de que, ante la disyuntiva entre razón y fuerza, los políticos chilenos de todo el espectro siempre sabrían elegir la primera.

Cincuenta años después del inicio del gobierno de la Unidad Popular seguimos buscando explicar su sangriento final. Hay algo en ese momento clave de nuestra historia, en el que se quebró la ilusión del excepcionalismo chileno, que lo convierte, una y otra vez, en el prisma desde el cual procesamos nuestras deliberaciones en la política nacional. En momentos convulsos como los que ha experimentado recientemente el país, nuevamente resulta importante preguntarse por la capacidad de nuestra política para enfrentar un momento decisivo como aquel. En definitiva, un libro y una desilusión que bien conviene releer en los tiempos que vivimos.

[1] Ralph Miliband (1973), “The coup in Chile”, Socialist Register10 (10).

[2] Enrico Berlinguer (febrero de 1974), “Reflections after the events in Chile” Marxism today.

[3] Por ejemplo, véase: Steve J. Stern, Battling for hearts and minds. Memory struggles in Pinochet’s Chile, 1973–1988 (Durham: Duke University Press, 2006).