Columna publicada el lunes 31 de agosto de 2020 por La Segunda.

¿Qué se decidirá el próximo 25 de octubre? La pregunta no es retórica ni trivial. Los plebiscitos suelen polarizar, pero acá el fenómeno aumenta por la singular sicología que instaló el estallido social. Aunque hay excepciones —como la sugerente tesis Longueira—, de lado y lado se observa una tendencia a la exageración, cuando no a la caricatura. Que nos convertiremos en la Venezuela de Maduro, dicen unos. Que al fin llegó la hora de sepultar a Pinochet, replican otros. Y así, como si se tratara de una competencia por desconocer burdamente la trayectoria o el entramado constitucional del Chile actual. Por ese motivo es indispensable recordar qué se juega (y qué no) en esta coyuntura.

Más allá de las utopías, los miedos o los deseos de diversos sectores, en esta consulta —siendo rigurosos— no se juega ni la refundación del país ni la solución a nuestros problemas socioeconómicos; tampoco la (imposible) instalación de esa democracia pura con la que algunos sueñan. El itinerario es ambicioso e incierto, pero reglado por el capítulo XV de la Constitución vigente. Además, los cambios legales sencillamente no pueden rehacer los países, ni siquiera cuando se modifica la ley fundamental de la república.

No se trata de minimizar el debate —se discutirían las reglas básicas de nuestra institucionalidad—, pero sí de ponerlo en perspectiva. Si vence el Apruebo, comenzaría un camino que eventualmente terminaría con un nuevo texto constitucional, siempre y cuando se superen las barreras que contempla el cronograma, que no son pocas. Todas ellas —desde el crucial reglamento de funcionamiento hasta el cuórum de 2/3— suponen un trabajo exitoso del órgano constituyente. Y este, conviene recordarlo, sería un cuerpo representativo, electo bajo el mismo mecanismo de los parlamentarios. Para bien o para mal, la participación ciudadana estaría esencialmente mediada por la representación política.

Con todo, el principal obstáculo (y garantía para todos los sectores) asoma al final del camino: el referéndum de salida. Ahí nuevamente se convocaría a la ciudadanía, pero esta vez conociendo el contenido del texto que se buscaría ratificar. A esas alturas ya se habrían frustrado muchas expectativas, pues sería visible el carácter limitado del proceso constituyente. Para aprobar el cambio constitucional propuesto por la convención, se necesitaría un número significativo y transversal de fuerzas políticas apoyando esa opción.

Este panorama debiera llevar a la mesura a las mentes más lúcidas de todo el espectro político. Alentar a las barras bravas quizá parezca atractivo hoy, pero es la receta más segura para que aumente la polarización en el corto plazo, y a la larga fracase el proceso constituyente que tantos dicen valorar.