Carta publicada el viernes 14 de agosto de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

Es indudable la importancia del plebiscito constitucional fijado para octubre. No debemos olvidar que su origen es el propósito de canalizar institucionalmente la grave crisis política y social que se manifestó en octubre, y en cuya lógica seguimos atrapados. Sin embargo, sorprende el ingenuo optimismo de algunos en orden a realizar a toda costa el plebiscito en la fecha y condiciones originales, sin ninguna consideración de las obvias dificultades que enfrenta el proceso: un posible rebrote, el temor de parte de la población a contagiarse, o la exclusión fáctica de los contagiados, adultos mayores y población de riesgo en general.

El riesgo de una baja participación, producto de las restricciones que puede suscitar un rebrote pandémico, sería, probablemente, un golpe letal para la tan ansiada e indispensable legitimidad del proceso. En esta actitud de mantenerlo a toda costa hay una especie de fe ciega, que no ve (o, peor, no quiere ver) los ajustes que exige el incierto contexto en el que estamos, lo que puede incluir la posibilidad de un nuevo aplazamiento por el propio bien de la votación. No vaya a ser que nos demos cuenta que esa era la mejor opción cuando ya sea demasiado tarde.