Artículo de José Manuel Castro, publicado en la revista Punto y coma.

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El gobierno de Salvador Allende es el período de la historia de Chile que más interés ha generado entre los investigadores, tanto en nuestro país como en el mundo. Desde 1973 en adelante las publicaciones sobre el gobierno de la Unidad Popular no han dejado de multiplicarse, siendo examinada no solo desde la historia, sino también desde disciplinas como la ciencia política, la sociología, la literatura o el periodismo, las que muchas veces han tomado la iniciativa en el estudio de estos años polémicos y convulsos de la historia nacional. También abundan las memorias y entrevistas, en las que distintos actores de la época han plasmado sus experiencias y recuerdos sobre la transición chilena al socialismo. Tal como ha apuntado Franck Gaudichaud, nos encontramos frente a un verdadero “océano bibliográfico” en los estudios publicados sobre Chile y el gobierno de la Unidad Popular, los que han aparecido a lo largo de todo el mundo y en diferentes idiomas[1]. La Biblioteca Nacional de Chile —que conserva todos los libros publicados en el país— contabiliza más de 240 libros registrados tan solo con la entrada “Salvador Allende”, mientras que Google Scholar registra más de 700 investigaciones que llevan en su título la entrada “Unidad Popular”.

El experimento chileno causó interés desde un comienzo, y distintos especialistas se trasladaron a Chile para observar de primera fuente el proceso político que prometía una transición al socialismo por vía democrática. Uno de los casos más interesantes fue el del afamado historiador británico Eric Hobsbawm, quien escribió con entusiasmo y escepticismo parte de lo que observó en Chile en 1971 en la revista The New York Review of Books:

“La experiencia chilena es así mucho más que una pieza de exotismo político para observadores de países desarrollados. El socialismo nunca llegará a, digamos, Europa occidental, por la vía china o vietnamita, pero es por lo menos posible reconocer en Chile las tendencias de situaciones políticas que pueden darse en naciones industrializadas, como también las estrategias que podrían aplicarse allí, y aun los problemas y dificultades de la ‘vía pluralista’. Esto no significa que esta vía deba fracasar, y ciertamente no significa que no deba ser intentada […]

Un apostador que permitiera inclinar su juicio, apenas, a su natural simpatía por Allende, le daría una probabilidad de seis a favor y cuatro en contra, lo que no es desalentador. Si dejara de lado por completo su simpatía, diría una a que gana, dos a que pierde. Incluso así, es mucho más de lo que nadie hubiera apostado por los bolcheviques después de la Revolución de Octubre. O, ya que estamos, por la victoria de Allende trece meses atrás”[2].

La “vía chilena al socialismo” ha animado estudios históricos de distinta naturaleza y magnitud. Por una parte, ha sido tratada en obras de carácter general que la examinan en el contexto del desarrollo de Chile republicano y el siglo XX. Este es el caso de la obra de Gonzalo Vial, quien pretendía con su Historia de Chile (1891-1973) comprender el desarrollo y crisis de la democracia chilena entre los suicidios presidenciales de José Manuel Balmaceda y Salvador Allende. En la introducción a esa obra, la pregunta central que Vial trataba de dilucidar era por qué había fracasado el régimen democrático chileno: “es importante ahora, cuando queremos y buscamos constituir otra democracia, saber qué enfermedad mató a la primera”[3]. Por otro lado —y retomando la tradición de escribir historias generales— recientemente han aparecido dos nuevos volúmenes de Historia de Chile 1960-2010, dirigida por Alejandro San Francisco cuyos tomos 5 y 6 se dedican al estudio del gobierno de la Unidad Popular. En estos volúmenes —que juntos suman casi mil seiscientas páginas— la Unidad Popular y “las vías chilenas al socialismo” son examinadas como un período de cierre de una “era revolucionaria” en que la transformación radical de lo político fue definida, primero, desde el cristianismo revolucionario democratacristiano encabezado por el presidente Eduardo Frei Montalva desde 1964, para luego intentar una transformación de orientación marxista desde 1970 con Salvador Allende a la cabeza. Por su parte, Joaquín Fermandois ha trabajado también en profundidad y extensamente el gobierno de la Unidad Popular, inserto tanto en el desarrollo del Chile republicano como en el escenario histórico global. Así, a Chile y el mundo 1970-1973 publicado en 1985, se ha sumado su monumental obra La revolución inconclusa, aparecida a cuarenta años del golpe de Estado y que ya cuenta con una nueva edición en tres tomos[4]. Remontándose incluso al siglo XIX, Fermandois aborda los tres años de lo que ha denominado como “crisis nacional”, en que la revolución promovida por la Unidad Popular era inseparable de la larga historia de la izquierda chilena en el siglo XX[5].

Otras investigaciones también se han esforzado en comprender el gobierno de la Unidad Popular en el contexto del desarrollo y crisis democrática de Chile durante el siglo XX. Es el caso de la Historia del siglo XX chileno. Balance Paradojal, escrita por Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn-Holt, Claudio Rolle y Manuel Vicuña, en que distinguen que en el periodo 1967-1973 “se despliega todo un espiral revolucionario que revienta el 11 de septiembre, con el golpe de Estado”[6]. Otro ejemplo es Historia de Chile 1860-1973 de Adolfo Ibáñez Santa María, que considera el periodo 1960-1973 como el de la “modernidad revolucionaria” en que el empuje de las ideologías y de los partidos revolucionarios buscaban dar respuestas a problemas que la institucionalidad de la época no era capaz de canalizar, montando “maquinarias de poder total que desencadenaron la creciente tensión a que se vio sometido el país durante la década revolucionaria”. Entonces, siguiendo en parte la interpretación de Mario Góngora, para los actores de la época las soluciones a los males sociales solo podían ser encontradas “en la acción política total”[7]. Finalmente, la Historia contemporánea de Chile, de Gabriel Salazar y Julio Pinto, es otro de los esfuerzos por situar el gobierno de la Unidad Popular en el marco general del siglo XX, argumentando que la crisis democrática no tiene como responsable único al gobierno de Salvador Allende, sino que este pagó los costos acumulados previamente por “la crisis terminal del Estado de 1925”[8]. En cuanto a lo político, Salazar y Pinto estiman que la transición chilena al socialismo “se halló muy pronto maniatada en la jaula liberal tendida desde 1925 por la Constitución Política. Solo estando dentro de ella la Unidad Popular comprendió lo importante que era descerrajarla”[9]. En una línea similar, Tomás Moulian destaca aquellos factores de largo plazo, señalando que la crisis de 1973 fue el resultado de un lento proceso de incubación desde al menos mediados de siglo XX, en que hubo un desequilibrio entre democratización política y desarrollo económico.[10] A esto, Moulian añade la relevancia de la contradicción entre las dos líneas estratégicas de la Unidad Popular en la dirección del gobierno, cuestión que no logró ser resuelta en los tres años de administración socialista.[11]

El género ensayístico también ha sido relevante a la hora de ofrecer luces e interpretaciones sobre el gobierno de la Unidad Popular y el quiebre de la democracia chilena. Entre estas propuestas destacan al menos dos: Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, de Mario Góngora, y El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar, de Alfredo Jocelyn-Holt. Para Góngora, la Unidad Popular debe ser comprendida en el marco de las “planificaciones globales” desarrolladas entre 1964 y 1980, ligada “a la causa del marxismo internacional, a la Unión Soviética y a Fidel Castro”. Entonces, Chile figuró “en un horizonte de guerra ideológica mundial”, que adquirió ribetes dramáticos durante el último año de gobierno, desde el Paro de Octubre de 1972 hasta la intervención militar en septiembre de 1973, reflejándose en una “guerra civil todavía no armada pero catastrófica, análoga a los últimos meses de la República Española”[12]. Por su parte, Jocelyn-Holt destaca que el gobierno de la Unidad Popular representó un período especialmente denso, “cargado de capital histórico acumulado”. Salvador Allende era consciente que en él confluían no solo sus adherentes y los partidos políticos que apoyaron al gobierno inicialmente en las urnas o en la disputa política posterior, sino que su mandato hundía sus raíces en la larga historia de luchas del socialismo chileno —remontándose incluso al siglo XIX— así como en corrientes políticas centrales de la historia de Chile, como el radicalismo, el laicismo, el balmacedismo, el desarrollismo, el sindicalismo y el movimiento universitario[13].

Por último, donde más han proliferado los estudios sobre la Unidad Popular es en las investigaciones monográficas. Prácticamente no existe episodio o dimensión del experimento socialista chileno que no haya sido abordado por una ingente cantidad de investigaciones especializadas, las que abordan temas tan variados y disímiles como el papel de militares, pobladores, sindicatos, iglesias, partidos políticos o campesinos; la reforma agraria; biografías de líderes políticos; análisis de la música y el arte del período; el movimiento estudiantil, los mapuches, la cultura de masas, el derecho, la intervención extranjera o los lenguajes políticos y las ideologías. Entre estas, destacan por su cantidad los estudios, biografías o memorias dedicadas a Salvador Allende, verdadero símbolo de una época y de una causa, quien probablemente sea el personaje de la historia de Chile más estudiado tanto en el país como en el extranjero.

Unidad Popular: visiones contrapuestas

Los más de cuarenta años de robusta producción historiográfica sobre el gobierno de la Unidad Popular están cruzados al menos por dos características centrales. En primer lugar, la historiografía ha sido un escenario de disputa: mientras una visión enfatiza la crisis institucional, económica, social y moral acelerada por el gobierno de Salvador Allende, cuestión que habría sido decisiva tanto en el desenlace final del gobierno como en la crisis democrática, la otra recoge principalmente —bajo la perspectiva de la “batalla por la memoria”— la experiencia histórica de distintos actores sociales que vivieron esos años “desde abajo” y adhirieron al proyecto de transformaciones socialistas. Por una parte, una visión que podría denominarse como “historia política clásica” ha buscado comprender la dinámica que llevó al fracaso y fin abrupto del gobierno; por otra parte, la “nueva historia social” ha optado preferentemente por un ejercicio de reconstrucción de memoria, la que es entendida como una “práctica social a través de la cual los sujetos, individual o colectivamente, construyen sentidos respecto del pasado”[14].

Esta última visión es la que anima obras como Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular o Fiesta y drama. Nuevas historias de la Unidad Popular, libros que examinan las experiencias y el sentido que tuvo el gobierno de Allende para sus partidarios en la base social: pobladores de izquierda, movimiento sindical, “cristianos por el socialismo” y campesinos revolucionarios. Como explica su editor, Julio Pinto, el carácter festivo que tuvo la Unidad Popular para sus seguidores no era otra cosa que “la conciencia de haber hecho historia. De que, al menos por un momento, la historia se convirtió en proyecto a realizar, y no en el dominio eterno e inconmovible de poderes fácticos”[15]. A pesar de su interesante propuesta, tal perspectiva de la historia social ha quedado al debe en el estudio de la experiencia de los diversos grupos que componen una base social heterogénea, así como el estudio de otros sectores sociales fundamentales para una mejor comprensión del período, como los grupos de clase media afines o contrarios al gobierno.

En contraste con la “nueva historia social”, la historia política ha buscado comprender, explicar y evaluar la dimensión propiamente política de la UP. Al preguntarse por su fracaso, Alfredo Jocelyn-Holt ofrece algunas respuestas rotundas: “El Gobierno de la Unidad Popular a todas luces, y por donde se le mire, fue un desastre”; “La UP naufragó porque no supo gobernar”; “En el plano económico, la UP fue de una irresponsabilidad patente”; “El desorden público fue un rasgo constante del gobierno”[16]. Al mismo tiempo, destaca que, a pesar de su vocación profundamente transformadora y revolucionaria y de que logró conservar un apoyo popular, fue siempre un gobierno de minoría, que accedió al gobierno con una minoría electoral y con estrecha ventaja sobre su contendor Jorge Alessandri, manteniendo su carácter minoritario tanto en las elecciones municipales de 1971 como en las parlamentarias de 1973[17].

Por su parte, al ofrecer una “explicación pluricausal” de la gran crisis chilena, la Historia de Chile 1960-2010 sostiene que aunque muchos de los problemas que enfrentó el país en los años setenta se arrastraban por varias décadas, es posible reconocer algunos elementos que llevaron a una crisis terminal de la democracia precisamente durante el gobierno de Allende: la polarización, la violencia, el odio político y la enemistad cívica en que la doctrina de la lucha de clases jugó un papel central; la politización militar y la militarización de la política, que se hizo evidente desde que el Comandante en Jefe del Ejército Carlos Prats asumió como Ministro del Interior tras el Paro de Octubre; la discordia institucional, que incluía acusaciones cruzadas entre gobierno y oposición sobre el respeto a la Constitución Política y la adhesión a la democracia[18]. Algunos elementos que también están presentes en el desarrollo del gobierno de Allende y que incidieron en el colapso de la democracia fueron la erosión del centro político, la movilización social, el desencadenamiento de un proceso revolucionario imposible de canalizar institucionalmente y la legitimación de la violencia en la disputa por el poder político, no solo en la extrema izquierda o la extrema derecha, sino también en los partidos políticos institucionales[19]. Adicionalmente, Paul Sigmund explica que en sus presidencias tanto Frei como Allende debieron enfrentar el desafío de conseguir cambios revolucionarios, manteniendo una economía productiva y la democracia política. Particularmente sobre Allende, Sigmund destaca que los elementos importantes de la crisis fueron, por un lado, “la contradicción entre democracia y marxismo” y “la fragilidad de la economía chilena y un sistema político arcaico”, pero también “los errores políticos de Allende”[20].

Otra de las características relevantes sobre la historiografía de la Unidad Popular es que el diálogo y el debate académico y directo de las visiones contrapuestas ha tenido lugar en escasas oportunidades. Probablemente la más llamativa y que causó mayor interés público fue la polémica generada tras la detención del general Pinochet en Londres en 1998. Para entonces, a raíz de una serie de fascículos sobre la historia del periodo 1964-1973 que Gonzalo Vial publicaba en el diario La Segunda, un grupo inicialmente de once especialistas —Mario Garcés, Sergio Grez, María Eugenia Horvitz, María Angélica Illanes, Leonardo León, Pedro Milos, Julio Pinto, Armando de Ramón, Jorge Rojas, Gabriel Salazar y Verónica Valdivia— se organizó para responder sus principales tesis en el llamado Manifiesto de Historiadores. Contrarios a las propuestas de Vial, el grupo de académicos estimaba que “la polarización de la política no se debió tanto al carácter ‘intransigente’ de las planificaciones globales introducidas desde 1964, sino más bien al efecto acumulado de la estagnación económica y la crisis social, que se arrastraban de, cuando menos, comienzos de siglo”[21]. Además, indicaban que “el incremento de la violencia social-popular y la radicalización política de una parte de la Izquierda y de un sector relevante de la juventud chilena” no tenía como base exclusiva el “embrujo del guevarismo”, sino la constatación del fracaso de los gobiernos previos a la Unidad Popular, “todos los cuales reprimieron con violencia la protesta social”[22]. Los autores del Manifiesto expresaron también que “dada la sólida votación lograda por la Unidad Popular en marzo de 1973 (43,3%), las fuerzas de Derecha desecharon el trámite parlamentario para impulsar el golpe militar (se arrojó maíz al paso de los soldados, acusándolos de ‘gallinas’)”[23]. Finalmente, argumentaron que “las tesis históricas de Gonzalo Vial se refieren al período que permite explicar (y justificar) el Golpe de Estado de 1973”[24]. La réplica de Gonzalo Vial aparecería en el mismo diario La Segunda, en la que, entre otras cuestiones, explicaría que “los fascículos no justifican ni desjustifican nada. Su tarea quiere ser histórica. Exponer los hechos, sus causas y consecuencias… el cómo y por qué suceden las cosas. Ello no implica aprobar ni reprobar lo sucedido”[25].

A pesar de que esta polémica tuvo lugar en 1999, Gonzalo Vial había ofrecido su interpretación sobre la crisis chilena durante la década anterior. Apegado a su interpretación de la historia nacional, propuso como causa del derrumbe de la democracia chilena la ruptura o ausencia de tres consensos: político, social y doctrinario. El primero se relacionaba con una serie de fallas y vicios de los partidos políticos, como interferencia excesiva en los gobiernos, indisciplina, financiamiento sin regulación y ceguera frente a los graves problemas sociales. La ausencia de un consenso social se expresaba en que “los innegables progresos económicos, políticos y sociales de nuestro siglo XX alcanzaron a vastos sectores de la población chilena, pero no a los marginados”[26]. Para Vial, “no hay ninguna estabilidad político-social, ningún consenso viable, con el 20% de la población sumido en la miseria física y moral del marginado. El progreso del resto de la sociedad exacerba la rebeldía del marginado”[27]. Para Vial, un síntoma de la decadencia se explicaba por “la forma irregular del progreso social, dejando inmensos ‘bolsones’ de marginados, [lo que] tiene un vínculo estrecho y evidente con el maridaje partidos/grupos de presión…Precisamente resultan marginados quienes carecen de poder de presión y, a causa de ello, no tienen influjo político ni —en consecuencia— partidos que los interpreten y amparen”[28]. Más adelante subrayaría este argumento: “el país, hacia los años 70, aún tenía un segmento considerable de su población sumido en una miseria material y también moral (ignorancia, ilegitimidad, aborto, desesperanza que lleva al suicidio, etc.) incompatible con la perfección de las formas democráticas alcanzada paralelamente”[29]. Finalmente, Gonzalo Vial estima que la ausencia de un “consenso doctrinario” se hizo más patente en la década de 1960 y 1970 debido a la intolerancia ideológica, afirmándose, por el contrario, “la necesidad imperiosa de liquidar al adversario ideológico y político”. Este cambio de mentalidad se explica por la “aparición de las intransables ‘planificaciones globales’…, y el intento de imponerlas por gobiernos social y políticamente minoritarios”, y por la influencia de las ideas de la revolución cubana, que sustentaban “la inutilidad de los métodos pacíficos y la inevitabilidad del enfrentamiento armado”[30].

Guerra Fría e intervención extranjera

Durante los años sesenta y setenta Chile vivió en el “ojo del huracán” de la Guerra Fría, resolviéndose en nuestro país un capítulo local de la disputa global entre capitalismo y socialismo. En cuanto al peso de la intervención extranjera en los asuntos locales, una postura ampliamente difundida es la que destaca la relevancia decisiva de la intervención estadounidense en el desarrollo político de Chile durante la UP. A partir de la documentación desclasificada en la que se demuestra que Richard Nixon aprobó la aplicación de programas de desestabilización política y económica en Chile, se argumenta que el rol norteamericano habría sido determinante en el golpe de Estado[31]. Sin embargo, desde un enfoque que recupera la agencia de los actores locales, Tanya Harmer explica que “los chilenos fueron el factor determinante de las relaciones internacionales y del futuro de su país más que espectadores pasivos que miran (y son afectados por) las acciones de afuera”[32]. Añade que “fueron los militares chilenos, no Washington, quienes en última instancia decidieron actuar y, a pesar de los preparativos de Cuba para enfrentar un golpe, fueron también Allende y la izquierda chilena quienes estuvieron incapacitados para defender el proceso revolucionario que habían iniciado”[33]. Además, el estudio de Harmer reconoce una dinámica regional en el desarrollo de la “Guerra Fría Interamericana”, que incluía la activa participación de Brasil y Cuba en los asuntos chilenos, las que deben ser comprendidas no bajo la lógica de una “historiografía de la recriminación” que busca encontrar culpables para los sucesos políticos, sino desde una perspectiva comprensiva, interesada en preguntarse por qué y cómo ocurren los acontecimientos y en examinar el papel de todos los actores que confluyeron en la compleja historia del gobierno de la Unidad Popular[34].

A cincuenta años de las elecciones presidenciales de 1970, conviene volver a reflexionar en torno a estas preguntas elementales, no para justificar hechos ni para inculpar o exculpar a uno u otro sector político que protagonizó la gran crisis chilena, sino para comprender mejor cómo y por qué se originaron revoluciones en Chile y cómo y por qué la convivencia democrática se vio entonces interrumpida.

 

José Manuel Castro es licenciado y magíster en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, investigador del Instituto de Historia y del CEUSS de la Universidad San Sebastián y actualmente realiza sus estudios doctorales en historia en University College London. Es autor de Jaime Guzmán. Ideas y política. 1946-1973 (Centro de Estudios Bicentenario, 2016) y coautor del volumen colectivo Historia de Chile 1960-2010 (CEUSS, 2018-2020), del cual se han publicado los seis primeros tomos.

[1] Franck Gaudichaud, Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo. Poder popular, cordones industriales y socialismo durante el gobierno de Salvador Allende (Santiago: LOM Ediciones, 2016), 30.

[2] El artículo se encuentra reproducido con el título “Chile: año uno” en Eric Hobsbawm, Sobre América Latina. ¡Viva la revolución! (Barcelona: Crítica, 2018), 394-395 y 420-421.

[3] Gonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973) (Santiago: Editorial Zig-zag, 2001), 7.

[4] Joaquín Fermandois, La revolución inconclusa. La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular (Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2019).

[5] Joaquín Fermandois, La revolución inconclusa, 19.

[6] Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn-Holt, Claudio Rolle y Manuel Vicuña, Historia del siglo XX chileno. Balance Paradojal (Santiago: Editorial Sudamericana, 2001), 8.

[7] Adolfo Ibáñez Santa María, Historia de Chile (1860-1973). Tomo 2 (Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2013), 12-13.

[8] Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea de Chile I. Estado, legitimidad, ciudadanía (Santiago: LOM Ediciones, 1999), 67.

[9] Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea de Chile I, 164.

[10] Tomás Moulian, Democracia y socialismo en Chile (Santiago: LOM Ediciones, 2018), 143

[11] Tomás Moulian, Democracia y socialismo en Chile, 41. Ver también Alan Angell, Chile de Alessandri a Pinochet: en busca de la utopía (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1993), 62-63.

[12] Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago: Ediciones La Ciudad, 1981), 130-132.

[13] Alfredo Jocelyn-Holt, El Chile Perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar (Santiago: Ariel, 2001), 115-117.

[14] Pedro Milos (ed.), Memoria a 40 años. Chile 1970. El país en que triunfa Salvador Allende (Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado), 12.

[15] Julio Pinto (ed.), Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (Santiago: LOM, 2005), 5.

[16] Alfredo Jocelyn-Holt, El Chile Perplejo, 121.

[17] Alfredo Jocelyn-Holt, El Chile Perplejo, 121.

[18] Alejandro San Francisco (Director General), José Manuel Castro, Milton Cortés, Myriam Duchens, Gonzalo Larios, Monserrat Risco, Alejandro San Francisco, Ángel Soto, Historia de Chile 1960-2010. Tomo 6. Las vías chilenas al socialismo. El gobierno de Salvador Allende (1970-1973). Segunda Parte (Santiago: Universidad San Sebastián / CEUSS, 2019), 744-748.

[19] Ver Alan Angell, “Chile since 1958”, en Leslie Bethell (ed.), The Cambridge History of Latin America. Volume VIII. Latin America since 1930 (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 311-382; Arturo Valenzuela, The breakdown of democratic regimes, Chile (Baltimore: John Hopkins University Press, 1978).

[20] Paul Sigmund, The Overthrow of Allende and the Politics of Chile 1964-1976 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1977), 10-11.

[21] Sergio Grez y Gabriel Salazar (compiladores), Manifiesto de historiadores (Santiago: LOM Ediciones, 1999), 14.

[22] Sergio Grez y Gabriel Salazar (compiladores), Manifiesto de historiadores, 14-15.

[23] Sergio Grez y Gabriel Salazar (compiladores), Manifiesto de historiadores, 16.

[24] Sergio Grez y Gabriel Salazar (compiladores), Manifiesto de historiadores, 14.

[25] Gonzalo Vial, “Reflexiones sobre un manifiesto”, La Segunda, 12 de febrero de 1999.

[26] Gonzalo Vial, “Decadencia, consensos y unidad nacional en 1973”, Dimensión histórica de Chile, N° 1 (Santiago, 1984), 157.

[27] Gonzalo Vial, “Decadencia, consensos y unidad nacional en 1973”, 157.

[28] Gonzalo Vial, “Decadencia, consensos y unidad nacional en 1973”, 157-158.

[29] Gonzalo Vial, “Alrededor de los sucesos de 1973”, Dimensión histórica de Chile, N° 3 (Santiago, 1986), 256.

[30] Gonzalo Vial, “Decadencia, consensos y unidad nacional en 1973”, 158.

[31] Ver Thomas F. O’Brien, Making the Americas. The United States and Latin America from the Age of Revolutions to the Era of Globalization (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2007); Peter Kornbluh, The Pinochet File. A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability (Nueva York: The New Press, 2013); Lubna Z. Qureshi, Nixon, Kissinger, and Allende. U.S. Involvement in the 1973 Coup in Chile (Lanham: Lexington, 2009).

[32] Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana (Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2013), 22.

[33] Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana, 288.

[34] Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana, 331-332.