Columna publicada el lunes 17 de agosto de 2020 por La Segunda.

“A lo largo de las páginas del libro se encuentran las causas que motivaron al estallido social, siendo la Constitución de 1980 su principal semilla”. Con ese tuit Ricardo Lagos difundió la presentación del tomo II de sus memorias. En el prólogo, subraya que “el origen del distanciamiento y la falta de confianza” entre la ciudadanía y la clase política se encuentra en la Carta Fundamental (la misma que firmó con orgullo hace 15 años). Considerando el plebiscito de octubre y el eventual proceso constituyente, las palabras de Lagos exigen una cuidadosa reflexión.

Desde luego, puede pensarse que el orden constitucional —la organización y distribución del poder político— ha incidido en aquel distanciamiento. El expresidente, sin embargo, no ha sido un mero espectador de estos fenómenos, sino un activo protagonista. En rigor, él influyó decisivamente en la fisonomía de la Constitución vigente. Si sus defectos ayudan a explicar la crisis de octubre, Lagos debiera realizar una autocrítica antes que apuntar con el dedo (ya no vivimos en dictadura).

Basta pensar, por ejemplo, en las deudas de 2005 en el ámbito electoral. Ahí se anunció con bombos y platillos que el sistema binominal salía de la Constitución, pero manteniendo su cuórum de reforma: en los hechos —materialmente, al decir de los abogados—, el binominal continuó gozando de rango constitucional. Con esto el discurso se desacopló de la realidad y, además, se desaprovechó una oportunidad única para abordar este problema de manera armónica con nuestro régimen presidencial. Las reformas políticas posteriores (voto voluntario, sistema proporcional) carecieron de una indispensable visión de conjunto y terminaron por agravar nuestras dificultades. El irregular “parlamentarismo de facto” que hoy observamos es inseparable de este itinerario.

Las tareas pendientes de 2005 siempre podrán justificarse por la resistencia de la derecha, en particular de la UDI, a tocar el binominal. Con todo, nada autoriza a olvidar la trayectoria o las responsabilidades compartidas de las últimas décadas. Al omitirlas se desconocen los claroscuros de la transición pactada, favoreciendo caricaturas como la del alcalde comunista Daniel Jadue, que hace pocos días señaló que “quedan 73 días para tirar al basurero de la historia la Constitución de Pinochet”.

Ninguna primavera despuntará si predominan las explicaciones simplistas o incompletas sobre el Chile de la transición, y el mejor ejemplo es el estado actual de la centroizquierda. Si hombres de Estado como Lagos abrazan ese tipo de explicaciones, no debiera sorprendernos que sea Jadue —y no un heredero del expresidente— quien se proyecte como candidato presidencial de la oposición. Nunca es gratis renegar del propio pasado.