Carta al director publicada el 2 de julio de 2020 por El Mercurio.

El confinamiento por cuarentena es una experiencia tortuosa que supone una gran presión física y psicológica, especialmente para quienes viven con menores de edad y en espacios reducidos. Este hecho se ha visto reflejado, en casi todo el mundo, en un alza en la demanda de drogas y alcohol.

Para combatir esta tendencia no sirven las prohibiciones. Lo que sí funciona es facilitar el deporte. El ejercicio diario es el mejor antídoto contra muchos de los males producidos por el confinamiento y también una herramienta para poder enfrentar un virus que se ensaña contra la población sedentaria. Nuestra salud física, inmunológica y psicológica es sostenida por buenos hábitos deportivos.

Ya que está más o menos establecido que el riesgo de contagio en espacios abiertos —respetando la distancia adecuada— es mínimo, creo importante considerar la autorización de las rutinas diarias de ejercicio en parques y veredas. Más todavía considerando que la cuarentena ha logrado mejorar la calidad del aire.

En Reino Unido, donde vivo, nunca se prohibió salir a trotar en calles y parques, ni en el peor momento de la pandemia. Estábamos autorizados, de hecho, a salir una vez al día al supermercado (aunque se aconsejaba reducir esas visitas al mínimo), a caminar alrededor de la cuadra o pasear animales, y a ejercitarnos en movimiento (los deportes estáticos estaban prohibidos al aire libre). Todo esto sin mascarilla obligatoria, pero cuidando las distancias.

Mirando en retrospectiva, creo que esas licencias, ejercidas con responsabilidad y ordenadas dentro de una rutina, fueron fundamentales para evitar un derrumbe emocional y físico. Y me parece razonable proponer que sean consideradas para el caso chileno. Uno de los pocos bienes que crea la pandemia es conciencia de nuestro cuerpo y sus necesidades, y una política adecuada bien puede convertir esa conciencia en hábitos positivos que se proyecten más allá de este oscuro momento.