Carta publicada el viernes 17 de julio de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

En su carta de ayer, Pablo Valderrama acierta al poner sobre la mesa el sistema electoral. El triste “parlamentarismo de facto” que ha venido instalándose, incluyendo el eventual retiro del 10% de las pensiones, se explica por actitudes mezquinas e irresponsables, pero también por una falla de índole estructural.

En efecto, como el sistema binominal (cuyos problemas eran manifiestos) se convirtió en un auténtico chivo expiatorio, al reemplazarlo por el mecanismo vigente —un proporcional corregido— se renunció a pensar en sus efectos colaterales. No se consideró la previsible incompatibilidad entre el arraigado presidencialismo chileno y el nuevo modo de integración del Congreso; tampoco nuestra cultura política (si en algunos países europeos nadie obtiene mayoría, bien puede configurarse una gran coalición; aquí no).

La paradoja es evidente. Se creyó y se dijo que el fin del binominal traería consigo una nueva democracia, participación y representación plena, y varias fantasías similares. En los hechos, sin embargo, nuestra “sala de máquinas” devino crecientemente ineficaz. Ni los cantos de sirena del nuevo régimen electoral ni los del voto voluntario —otra brillante reforma de nuestros expertos— acercaron la política a la ciudadanía. En rigor, las distanciaron más, con sus distritos enormes, su lógica comprensible solo para un puñado de expertos y el deterioro de nuestra cultura cívica. Pero sobre todo, con la consiguiente fragmentación, polarización y bloqueo del sistema político.

Quizá Raymond Aron exageraba al afirmar que el sistema electoral es el aspecto más importante de un orden constitucional, pero el crítico escenario actual pareciera darle la razón.