Columna publicada el viernes 12 de junio de 2020 por La Tercera Pm.

La salida de Macarena Santelices y la entrada de Mónica Zalaquett al Ministerio de la Mujer han generado cierta polémica. Pero debemos estar atentas. Si la causa de las mujeres es secuestrada por un sector político, estamos perdidas. El éxito de esa causa depende, en gran medida, de la unidad que se forma al sentirse compañeras en el camino por alcanzar condiciones más justas, más oportunidades, más seguridad. Y en la experiencia compartida –con independencia de las posiciones– de esas condiciones. Por eso, llama la atención cuando se cierran de antemano las puertas a quien es nombrada ministra de la Mujer y de la Equidad de Género. A ratos pareciera estar instalada la idea de que provenir de un sector político determinado o tener ciertas convicciones respecto del inicio de la vida (que, al parecer, no siempre logran sobrevivir al paso del tiempo) invalidaran instantáneamente todo compromiso con esa lucha compartida.

Parecemos olvidar que los medios para alcanzar un objetivo muchas veces son variados, pero elegir uno u otro no significa menos o más compromiso con ese fin, sino solo una discrepancia en cómo alcanzarlo. El compromiso tendrá que evaluarse en el camino.

Lo anterior supone un desafío para el gobierno y para la derecha, en general, pues hasta hoy no ha podido articular aquel compromiso en un discurso convincente, lo que muchas veces hace dudar de aquello que motiva sus actos. ¿Están auténticamente comprometidos en hacer para las mujeres un país más justo y equitativo? La pregunta no surge de la nada. A veces da la impresión de que, fuera de ciertas banderas muy importantes y algunos resultados exitosos en torno a ellas, no hay una reflexión profunda en torno a la mujer. Eso se nota, por ejemplo, en el nombramiento del ex productor de los piscinazos de las reinas del Festival de Viña del Mar como jefe de la división de estudios del ministerio. La ausencia de esa reflexión previa hace difícil entender y defender la dignidad del cuerpo femenino y, por consiguiente, condenar toda forma de cosificación.

La manera en que la derecha se aproxima a la agenda mujer no puede ser una mera reacción a la izquierda. Evitar caer en eso pasa por haberse detenido a pensar qué hay de valioso en esa agenda, qué es justo defender y cuál es la mejor manera de hacerlo. Ahí radica gran parte del desafío de la nueva ministra, Mónica Zalaquett.

Una reflexión de ese tipo, profunda y seria, naturalmente debiera inspirar políticas destinadas a alcanzar condiciones más justas para las mujeres chilenas. El contexto en el que nos encontramos es una buena oportunidad para, por ejemplo, ser más duros en la batalla en contra de la violencia intrafamiliar. Las cuarentenas han sido tierra fértil para un sinfín de casos de violencia de este tipo y, si bien se han tomado medidas en ese sentido, aun queda mucho por hacer. El respeto y la defensa absoluta a la vida, algo que la derecha dice defender, supone ser categóricos en erradicar todo tipo de abuso y condenar cualquier forma de violencia. Sobre todo – si es que aún se cree en la importancia de la familia para la configuración del espacio social – aquella violencia que destruye hogares y familias.

El modo en que la crisis ha golpeado y seguirá golpeando el empleo de millones de mujeres, muchas de ellas jefas de hogar y únicas proveedoras de ingreso en sus familias, también debiese ser prioridad para cualquier gobierno y ministerio que defienden una agenda contundente en temas de mujer. O la maternidad. Ahí también quedan una gran cantidad de tareas pendiente. La vulnerabilidad de los embarazos adolescentes, de madres solteras y de tantas mujeres solo aumentará con esta crisis. Un gobierno cuyo presidente hacía campaña oponiéndose al aborto debiese ser el primer interesado en promover políticas sólidas en torno a este tema. Qué inconsecuencia sería no hacerlo.

Y así, hay mucho que el gobierno puede hacer. Pero todos los esfuerzos serán estériles si es que no hay nada que defender. La ministra Zalaquett tiene por delante el desafío de articular una visión de fondo que sustente políticas públicas sólidas y contundentes que se traduzcan, en último término, en condiciones de verdadera justicia para las mujeres.