Columna publicada el martes 9 de junio de 2020 por La Segunda.

Antes era sólo un murmullo, pero ahora, con el auge de Zoom y otras plataformas similares, se multiplican las voces que ven en ellas el futuro de la educación superior. Incluso hay quienes sugieren pasar a un 50% de las clases online tras la crisis sanitaria, para reducir costos y tiempos de traslado, además de optimizar la docencia misma. Es indudable que estas instancias digitales abren oportunidades, partiendo por el hecho de que han permitido continuar con la actividad universitaria en circunstancias muy adversas. Sin embargo, sería absurdo ignorar los riesgos asociados.

En términos generales, conviene advertir la fuerte tendencia de los modelos virtuales a que apenas unos pocos participantes ocupen en ellos una porción groseramente relevante del campo respectivo. Amazon, Facebook y otras plataformas semejantes son más ricos e influyentes que varios países. Llevado esto al ámbito educativo, las consecuencias no son pocas. Gigantes globales o continentales de la educación superior podrían alterar de manera significativa el delicado equilibrio que le otorga pluralidad al sistema, así como también el vínculo de las universidades con su entorno regional y nacional.

Hay detrás de todo esto una severa confusión: se imagina la tarea educativa como un caso más de producción industrial. Se asume, entonces, que la educación está en deuda por no mostrar los mismos progresos ni la misma rapidez que la fabricación de zapatos, salchichas u otros productos fabricados en serie. De esta ceguera deriva otra tanto o más importante, respecto del mundo que crea la acción educativa. Porque la sala de clases constituye un verdadero mundo, compartido y creado por un tipo de interacción radicalmente distinta de la que puede darse en forma online. Esta interacción es extremadamente sensible a los cambios de registro entre oralidad, escritura y virtualidad. Como educador cabe estar abierto a diversos elementos de esos registros, pero sería ingenuo tratar los distintos instrumentos como si fueran neutros. No lo son.

En plena pandemia, tanto los docentes como los alumnos sufrimos la pérdida de aquel mundo: el aula en que no sólo se intercambia información, pues en ella se vive un encuentro, cara a cara. Esa pérdida es un sacrificio necesario por los bienes que están en juego, y tanto profesores como estudiantes estamos llamados a hacerlo lo mejor posible hoy en día. Pero sugerir la perpetuación permanente del sacrificio, e ignorar las amenazas que el modelo virtual trae para la educación superior, no parece la invitación más sofisticada para el delicado momento actual. Más bien asoma cierta ignorancia de las condiciones que permiten cultivar el conocimiento y formar personas. Ahí la presencia es, a la larga, irremplazable. 

Claudio Alvarado R.
Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)

Manfred Svensson
Universidad de los Andes e IES