Columna publicada el martes 23 de junio de 2020 por El Líbero.

Muchas personas mantienen relaciones entrañables con sus mascotas, que las terminan marcando para siempre. Ellas pueden ser muy significativas en nuestro desarrollo humano, pues mientras nos llenan de afecto también nos obligan a asumir responsabilidades y cuidados. De hecho, hay muchos padres que compran o adoptan animales domésticos justamente porque establecer vínculos con otros seres vivos puede dejar grandes lecciones en sus hijos.

Es indudable que en nuestro país hay un boom respecto a la tenencia de mascotas: según una encuesta del año pasado, el 73% de los chilenos dice tener una. Y esto no solo se explica por el notable aprendizaje que pueden otorgarnos. Las dificultades de ser padres en un contexto inestable y precario, en el que la decisión de tener hijos se vuelve cada vez más costosa en términos económicos, personales y laborales, quizá conduce a algunas personas a buscar en las mascotas un reemplazo de los vínculos paternos y maternos. Dicho de otro modo, la humanización de los animales domésticos, que se presentan como un ser querido más, puede provenir no solo de una auténtica e intensa relación de cariño, sino también de un intento por compensar las carencias de un mundo que, a pesar del trágico envejecimiento demográfico, se muestra como un lugar sumamente hostil para el desarrollo familiar.

Ahora bien, estas no son las únicas razones que podrían explican la relevancia de las mascotas en nuestras vidas. Así, el estrecho y muchas veces sano vínculo con ellas también puede verse contaminado por la mentalidad individualista dominante. Aunque hoy sea impopular decirlo, las mascotas son cómodas porque están subordinadas a los deseos de sus dueños. Demandan protección y comida, pero no disputan la voluntad soberana de sus amos ni tampoco exigen los mismos sacrificios que conlleva la vida familiar y la crianza de los hijos. Para el emancipado hombre moderno, que no siempre está dispuesto a correr los riesgos que implican los compromisos afectivos; que usualmente considera los vínculos duraderos como un atentado a su libertad y su autonomía; que prefiere estar solo antes que enfrentar el dolor del aprendizaje y la pérdida; y que muchas veces no está dispuesto a ceder en sus proyectos por nada ni por nadie, cambiar personas por animales puede terminar siendo algo así como la transacción perfecta.

Dicho de otro modo, detrás de los aspectos valiosos que tiene la presencia de animales domésticos en nuestras vidas, se puede esconder una cuota de hedonismo e incapacidad de salir del yo que desemboca en una soledad desgarradora. En los hechos, no alcanzamos a notar que al mismo tiempo que ampliamos la esfera de protección para nuestras mascotas, también nos aislamos, dejamos solos a los viejos y abandonamos a los más vulnerables a su suerte. Por lo mismo, cabe preguntarse qué vínculos o carencias estamos intentando compensar a través de nuestras relaciones con los animales y por qué, por ejemplo, durante la cuarentena para algunos parece más lógico poner en riesgo la salud por pasear con los perros que con los niños.

El boom animal no puede ser leído solo como el triunfo de una sociedad que al fin logra relacionarse de forma más horizontal con el mundo que la rodea, pues la vida “pet friendly” también implica tensiones. De lo contrario, seremos como esos personajes de las novelas de Michel Houellebecq, que suelen asumir la triste soledad como una consecuencia inevitable del progreso.