Columna publicada el sábado 2 de mayo por La Tercera

A falta de proyecto político, el gobierno tiene ocupaciones urgentes. Y las ha llevado adelante, hasta ahora, de una manera que la Organización Mundial de la Salud ha calificado como “ejemplar”. Si quedara algo de sensatez y razón en la oposición chilena, se habrían subido también al carro, tal como la oposición portuguesa, que ha mejorado su imagen pública haciendo énfasis en la colaboración y el diálogo con un gobierno -allá de centroizquierda- que también ha obtenido buenos resultados frente a la pandemia.

Y es que, pasado cierto punto, la crítica reiterativa, el petardeo constante y el escandaleo de redes sociales pasan la cuenta. La oposición chilena no sólo parece desorientada, sino que mezquina, como si le molestara que no hubiera caos y muchos muertos más. El júbilo impúdico con que varios compartieron la defectuosa investigación tuitera de la periodista Alejandra Matus -que anunciaba mil muertos bajo la alfombra- fue un espectáculo repulsivo de necropolítica. Y ni hablar de la inexplicable reunión virtual con el Presidente de Argentina, uno de los países más dañados en la historia humana por la baja política.

A todo esto se suma que la pandemia ha podido ser combatida con eficacia gracias a políticas públicas que llevan décadas ejecutándose, por lo que mucho del mérito pertenece a la Concertación, cuyo legado hoy sólo es reivindicado por el sector que fue su eterno adversario. Algo así no se veía desde que los conservadores ingleses se reinventaron a partir de los “old whigs” -entre ellos Burke- defenestrados por su propio lote.

Pero el objetivo de esta columna no es repasar a la oposición, sino destacar que la necesitamos en forma. Que continuar por este camino no sólo los daña a ellos, sino a todo el país. Y que el oficialismo -que comparte muchos de los mismos vicios- tiene que redoblar sus llamados al diálogo y a los acuerdos.

La razón es simple: desde hace muchos años que nuestra democracia no caminaba sobre hielo tan delgado. No podemos enfrentar con la política nacional en este estado la crisis política, sanitaria, moral y económica que tenemos encima. Necesitamos, más que nunca, grandeza, moderación y pragmatismo. La política tarada que se felicita del hundimiento del adversario, sin notar que se está en el mismo barco, debe ser desterrada.

Y ya que ni gobierno ni oposición tienen un proyecto claro de país, ¿por qué no delinear uno conjunto, al menos en sus líneas más gruesas? ¡La Constitución! Dirán de inmediato algunos. Pero no me refiero a eso, que ha sido el ocioso campo de batalla de los “aprobistas” y “rechazistas”, sino a algo más grande, respecto a lo cual las leyes son el instrumento: un diagnóstico general sobre la situación de Chile y sus necesidades. Un acuerdo nacional mayor, sostenible en el tiempo, que busque resolver mediante el diálogo la pregunta de cómo hacemos que nuestra estructura institucional calce con nuestra estructura social, que ha cambiado tanto desde 1980.

Si nuestra clase política es un olmo incapaz de dar estas peras, me temo que lo que vendrá será la quema y tala, porque necesitamos un peral. Y cuando el fuego y la sierra se perfilen, entonces habrá llanto y rechinar de dientes, pero será tarde.