Carta al director publicada el viernes 8 de mayo por El Mercurio

En carta publicada ayer, Fernando Claro critica que yo haya culpado al “despliegue de ciertas formas de liberalismo” de la dificultad contemporánea a la hora de pensar los deberes comunes. Según él, más bien cabría decir que el responsable de tal hecho es el mero egoísmo.

Desde luego, el liberalismo es una tradición muy rica y plural como para subsumirla en una sola clave de lectura. Por lo mismo, la frase referida —que busca mostrar cuán extraño es que la izquierda asuma ideas atomistas— habla de “ciertas formas de liberalismo”, pero en ningún caso de todas ellas.

Con todo, creo que sí puede pensarse que algunas vertientes liberales hacen al menos difícil una concepción adecuada de los deberes comunes, al concebir la naturaleza humana de modo estrictamente individual. No desconozco, desde luego, que otras corrientes liberales busquen contrapesar ese riesgo. Esto puede explicarse recurriendo a Tocqueville, quizás el liberal más lúcido del siglo XIX. El autor francés distingue cuidadosamente el individualismo del egoísmo: mientras el segundo es un vicio moral que ha existido siempre, el primero es un vicio específicamente político. Si hemos de tomarnos en serio esta intuición, resulta imprescindible preguntarse por el origen intelectual del fenómeno, que se vincula con los fundamentos antropológicos de cierto liberalismo. Nada de esto niega que la tradición liberal tenga múltiples méritos; pero, como toda tradición intelectual digna de ese nombre, tiene también sus dificultades internas.

Respecto de la caracterización que mi contradictor hace del liberalismo —nos habría humanizado, asevera—, no puedo pronunciarme. Dado que veo al liberalismo como una teoría política y no como una religión, desconfío de ese tipo de afirmaciones. Me confieso, a este respecto, agnóstico.