Columna publicada el sábado 14 de marzo de 2020 en La Tercera

Hace un mes el alcohol gel y las mascarillas se agotaron en el Reino Unido. En eBay, en tanto, ambos productos son vendidos a precios absurdos. Mucha gente se aferra a ellos como si fueran el gran antídoto, a pesar de su poca utilidad. Hay algo de miedo, pero no pánico. Las personas cambian de asiento en la micro si alguien estornuda. En los supermercados, varios alimentos no perecibles y productos de limpieza se van muy rápido. Los porotos en tarro, asociados al camping, la pobreza o los desastres nucleares, gozan de inexplicable popularidad. Se nota que varios comienzan a pensar su hogar como refugio. La prensa amarillista anuncia caos, muerte y destrucción, mientras el gobierno explica, muy razonablemente, que su estrategia no será evitar a toda costa los contagios, sino proteger a la población en mayor riesgo vital. Esto, para crear “inmunidad de manada”, controlando el ritmo de contagio sin buscar suprimirlo, evitando así un rebrote en otoño. Una vacunación masiva sin vacunas. La primavera y el verano, en tanto, se despliegan en el horizonte como un suave y confiable bálsamo.

Pienso en Chile, donde la autoridad política se encuentra casi en bancarrota, los civiles han comenzado a enfrentarse, mandan las teorías conspirativas, el sistema de salud está a años luz del británico y el virus nos golpeará con más fuerza en el peor momento, durante el otoño y el invierno. Leo a varios amigos de izquierda repitiendo que todo es mentira, que el coronavirus es “muy poco mortal”, y que el gobierno lo querría manipular para “desviar la atención” y prohibir las protestas. Leo también que la venta de armas a privados en nuestro país ha subido mucho desde octubre. Veo en las noticias a pelmazos de derecha disfrazados de paramilitares. Pienso en La peste, de Camus, el libro que el Covid-19 puso nuevamente de moda, y en el hecho terrible de que los dos sentidos de la plaga -el político y el natural- golpeen nuestra desvencijada puerta al mismo tiempo.

¿Cómo interactuará el virus con un vínculo social trizado? Recuerdo los saqueos y el acaparamiento demencial luego del terremoto del 2010. También el “sálvese el que pueda” que, con acierto, el sociólogo Fernando Robles proponía en su libro El desaliento inesperado de la modernidad como lema de nuestra modernización. Y repaso el carácter fuertemente egocéntrico del propio estallido, que no tiene ni líderes ni agenda. El grito de “yo exijo dignidad” en que el “yo”, a ratos, se come todo lo demás. ¿Cómo compatibilizar todo eso con la lucha contra un mal que ni siquiera es visible desde un punto de vista individualista? En el libro Primera persona singular, editado por el IES, tratamos este asunto en relación al cambio climático, pero no a las plagas (cuya recurrencia histórica, nos dice Camus, los pueblos tienden a olvidar, al igual que la violencia política).

¿Es posible que Chile, además de la “tumba del neoliberalismo” -sea lo que eso sea- se convierta en la tumba de miles de compatriotas porque ya no somos capaces de actuar ni de pensar en términos colectivos? Y si tal cosa ocurre, ¿cómo redactar una Constitución no puramente ficticia si ya no somos un pueblo?