Carta al director publicada el 19 de marzo de 2020 por La Tercera

Según Richard J. Evans, historiador de la Universidad de Cambridge, antes de la Primera
Guerra Mundial la posibilidad de un conflicto bélico era vista por algunos como un hecho
positivo, una oportunidad para darle a la vida un sentido e incluso reforzar ciertos ideales
de la época. Más de cien años después, conociendo la crueldad del conflicto y sus trágicas
consecuencias, esas opiniones nos parecen, a lo menos, brutales. Sin embargo, hay que
considerar que, antes de la guerra –y de la gripe española, desatada en 1918–, muchos
vivían bajo la ilusión de una paz perpetua.

Guardando las proporciones, algo similar ocurre con quienes nos criamos en el Chile
democrático y estable de los años 90. Nosotros asumimos que las crisis sociales y las
pandemias eran asuntos de nuestros antepasados y mirábamos las tragedias de la historia
con soberbia, convencidos de que nunca nos tocaría vivirlas.

En pocos meses hemos visto con estupor que todo es mucho más frágil de lo que parece,
que el orden social no está asegurado y que tanto la muerte como la incertidumbre son
asuntos de los que ningún ser humano, sea cual sea la época en que viva, podrá
emanciparse.

Después de que estas dificultades amainen, habrá que revisar las premisas incuestionadas
que han sostenido a nuestra cultura por décadas: la pretensión vana de dominar todo nuestro
entorno, de ser todopoderosos, y de que el evidente progreso (con sus avances tecnológicos
y científicos) podrá salvarnos de las preguntas y los miedos más profundos del ser humano.