Reseña sobre The Demons of Liberal Democracy, de Adrian Pabst (Cambridge: Polity Press, 2019), publicad en la revista IES Punto y coma.

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Adrian Pabst suma un nuevo volumen a la biblioteca de los críticos del liberalismo. Su tesis —no muy novedosa— es que cierto liberalismo, que denomina indistintamente como “híper liberalismo” o “liberalismo contemporáneo”, se erosiona a sí mismo. Al socavar las propias bases sobre las que descansa, el orden liberal sería “inherentemente” inestable. Ilustra su tesis con la tampoco novedosa imagen del demonio. La democracia liberal, sostiene, tiene una tendencia estructural a caer en formas de gobierno que los clásicos llamaron viciosas: oligarquía, demagogia, anarquía y tiranía. Dedica un capítulo a cada uno de estos cuatro demonios buscando tanto explicar su carácter demoníaco como proponer remedios. Para ello se sirve del arsenal teórico de autores bastante diversos entre sí, pero todos en cierta medida críticos de algún liberalismo y de la modernidad: Pierre Manent, Jean-Claude Michéa, John Gray, Mark Lilla, Christopher Lasch, Charles Taylor o Karl Polanyi.

Uno de los principales problemas de este texto podría ser la falta de novedad: no queda claro qué lo distingue de otras críticas al pensamiento liberal. Otro problema es la desproporción entre la magnitud de la enfermedad expuesta y los remedios prescritos para curarla.

La idea general de que el liberalismo —o al menos cierto liberalismo— tiende a la autodestrucción brota de diversas fuentes, y ha adquirido mayor atención desde 2018 con la publicación de ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, de Patrick Deneen. Por otra parte, la metáfora del demonio la conocimos en 2016 cuando Ryszard Legutko publicó su ensayo The Demon in Democracy. Una vez conocido el título y leídas las primeras páginas del libro se abre la expectativa, entonces, de conocer la posición del autor sobre, al menos, las tesis de Deneen o Legutko. Pero la expectativa se frustra: Deneen apenas se menciona en una nota al pie del último capítulo, y Legutko —a pesar de la referencia explícita en el título— no aparece. La omisión no es simplemente una ausencia de referencias, sino que va más allá, pues no se discuten las tesis con las que la opinión del autor podría entrar en tensión. Pabst postula que lo que “ha fracasado” no es toda la tradición liberal, sino una “polarización contemporánea” de ciertos ideales (libertad, individualismo y fe secular en el progreso). Por ello, sostiene que hay que reconsiderar el liberalismo de autores como Tocqueville o Burke. Eso significa, en particular, mayor asociatividad y la generación de un tejido social más denso, rehabilitar las comunidades intermedias, y priorizar lo bueno por sobre lo justo (lo que denomina un “sentido del bien común”). Sin embargo, dejando de lado nombres y etiquetas, no queda demasiado claro qué lo distinguiría, en términos gruesos, de alguien como Deneen. El autor quiere seguir dentro del liberalismo, pero no explica qué diferencias sustantivas habría entre ese tipo de liberalismo y la propuesta “posliberal” de otros críticos.

El libro se caracteriza por contener afirmaciones categóricas. Sostener que el liberalismo tiene problemas inherentes que lo llevan al “fracaso” o a dinámicas “totalitarias” no es poca cosa. Y aventurar posibles soluciones requiere de buenos argumentos: la carga de la prueba es de quien critica. Pero buena parte de sus propuestas parece no estar a la altura de los problemas que plantea. Llaman particularmente la atención los casos de la oligarquía (los dueños de los nuevos monopolios: banqueros, corredores de bolsa, contadores y abogados) y la demagogia (manipulación de información e imposibilidad de discutir entre cosmovisiones).

Quienes han analizado críticamente al liberalismo han advertido que la relación entre grandes empresarios y funcionarios del Estado puede ser problemática. El propio Pabst señala que los intereses de legisladores y miembros del poder ejecutivo tienden a ser capturados por parte de sus donantes. La nueva oligarquía está compuesta tanto por políticos como empresarios. Por ello, sorprende que su gran propuesta sea crear mayor regulación antimonopolio. Sin hacerse cargo del potencial problema de que más regulación invita a mayor captura del Estado, la propuesta queda coja. El autor confía en que la creación de un nuevo “ethos” y mayor “voluntad política” serán capaces de hacer prevalecer el interés general por sobre el particular. Pero, ¿por qué habrían de cambiar las cosas ahora? No se nos explica de dónde podría venir esta nueva voluntad. Más aun, se llama a avanzar a hacia un tipo de esquema institucional económico que “los países de Occidente nunca [sic] han tenido”. Ojo con el nunca: las personas no se conducen en el vacío, nuestras instituciones moldean de manera significativa nuestras prácticas sociales. Pabst ataca cuestiones estructurales sin proponer cambios estructurales.

Su solución para la demagogia adolece de problemas similares. Pabst llama a un nuevo “marco regulatorio” para “transformar los medios de comunicación” con mayor “pluralismo”. Todo lo cual, de nuevo, debe realizarse bajo el supuesto de un nuevo “ethos” y la “práctica de la virtud” en que, ampliando la idea de “razón pública” y evitando la manipulación de las opiniones, se discutan visiones sustantivas del bien y se pueda llegar a más “verdad” y menos “opinión”. A este nivel de generalidad cuesta ver con quién está discutiendo: ¿hay alguien que haya propuesto lo contrario?

The Demons of Liberal Democracy deja un sabor agridulce, pues no todo es amargura. La “crisis” del liberalismo es un problema actual cuya reflexión requiere de muchas cabezas. Si las críticas prueban ser sólidas, como parecen serlo, hay buenas razones para pensar que es un tópico que nos mantendrá ocupados durante los próximos años. En este sentido, Adrian Pabst aporta al debate reforzando las críticas y sugiriendo, como han hecho otros, que el liberalismo no tiene por qué morir. Al mismo tiempo, este ensayo puede ser leído como un mensaje político. La propuesta de Pabst, quien es parte de una tradición de izquierda conservadora (Blue Labour Movement), prueba las limitaciones de la dicotomía entre izquierda y derecha. Las alas no progresistas de la izquierda y la derecha se acercan a paso firme, y tal vez lo más interesante es el que el terreno común es el cristianismo. The Demons of Liberal Democracy es un texto, en muchos sentidos, cristiano. Aunque no lo esperábamos, mientras una nube sombría se cierne sobre la razón ilustrada, los brotes de razón cristiana parecen vislumbrar una nueva primavera.