Columna publicada el 06.12.19 en el Diario Financiero.

Un lugar común dentro de los grupos empresariales chilenos es que jamás hay que hacerle concesiones a las masas. No porque no puedan tener razón, sino porque si se cede ante la protesta, luego las demandas nunca acabarán. Partirán por la mano, pero irán luego por el codo, el hombro y la cabeza. Más vale agarrarse fuerte, entonces, y aguantar el vendaval.

Esta idea tiene su origen en el proceso vivido por las élites nacionales durante los años sesenta y setenta. Especialmente en relación a la reforma agraria, la cual fue apoyada, bajo Alessandri y Frei, por los “industriales” y por varios propietarios agrícolas, asumiendo que el asunto podría conducirse por vías racionales, redundar en un mayor desarrollo nacional y terminar de buena manera. Todos sabemos que ese no fue el caso, y que bajo Allende la cosa terminó en enfrentamiento, pillaje y tomas sin control, incluyendo la propiedad de los “industriales”.

Puestas las cosas de ese modo, el principio de no ceder parece sólido. Sin embargo, este tipo de “sabiduría heredada” siempre presenta serios problemas. De hecho, la receta que en un contexto parece sabia, en otro bien puede ser suicida. Esto, porque en escenarios políticos y sociales distintos, reaccionar según la “sabiduría heredada” puede acarrear consecuencias totalmente diferentes. La historia es una buena consejera sólo para quien tiene buen ojo sociológico.

Digo esto porque me parece imperativo y urgente que el mundo empresarial chileno reaccione de una vez, de manera contundente, en contra de los abusos cotidianos que se dan en diferentes áreas de la economía. Y también que esto no sea visto ni expresado como una “concesión a la calle”, sino como un sano activismo capitalista nacido de las propias entrañas de los mercados.

El silencio que el empresariado ha guardado durante semanas de trifulca social, en cambio, me parece desastroso. Es un silencio que acusa, al menos, de complicidad con el abuso. La clase capitalista nacional se encuentra profundamente desprestigiada, es cierto, pero eso no es un hecho de la naturaleza: si hay conducción, agilidad y propósito el prestigio puede ser recuperado. Pero para ello necesitamos señales claras, y medidas inmediatas, que muestren que hay disposición para hacer un esfuerzo por tener mercados sanos, aun si ese esfuerzo no es tan bueno, en el corto plazo, para los negocios.

Chile no es hoy un país consumido por la pobreza y la desesperación, como en los 60 y 70. Tampoco son mayoría las generaciones jóvenes e irresponsables. Somos un país demográficamente envejecido, con una masiva, precaria y capitalista clase media. Un país donde la mayoría tiene algo que perder, y donde el clamor es “dignidad” y no “revolución”. Un país que sólo ayer rechazó las reformas anti-mercado de Bachelet con casi la misma intensidad con que hoy rechaza la inoperancia de Piñera para montar una agenda reformista contra los abusos del mercado. ¿Es posible que la clase empresarial tome nota de todo esto y actúe en consecuencia?