Columna de Daniel Mansuy publicada junto a la académica Gabriela Caviedes el 06.12.19 en El Mercurio.

Un grupo de mujeres con los ojos vendados, agrupadas ordenadamente en filas, sigue una coreografía perfecta, y recita versos feministas a viva voz. La presentación de Lastesis, reproducida en distintos escenarios a lo largo de todo el país y del mundo, no ha pasado desapercibida y ha recibido una oleada de merecidos aplausos.

En efecto, su puesta en escena es original, y combina el baile callejero con el ritmo pegajoso en una manifestación pacífica. Esto último es particularmente relevante: en las filas feministas no se ocultan encapuchados ni se aceptan molotov. Cabe ver, en ese contexto, un giro simbólico al tristemente conocido “Si baila, pasa”. Aquí, el que no baila ni canta puede observar desde fuera. De algún modo, esta actitud revela una especie de “marca registrada” de las protestas feministas desde las sufragistas en adelante. Aunque pueden llegar a ser muy provocadoras, las manifestaciones feministas se han mantenido, en general, muy lejos de la violencia física. Dicho en simple, las reivindicaciones de las 800 mil personas que marcharon el 8M siguen gozando de muy buena salud. Además, la performance feminista ha logrado que muchas mujeres hablen sobre sus pasados traumáticos, iniciando un proceso que puede ser muy sanador.

Ahora bien, nada de lo dicho debería ser impedimento para someter a Lastesis al análisis crítico propio del debate racional. Después de todo, las letras de la coreografía corresponden —según han dicho sus inspiradoras— a un concentrado de tesis y frases de autoras relevantes del corpus feminista, tales como Silvia Federici y Rita Segato. Y, en este punto, surgen algunas interrogantes.

Por un lado, al interior de las corrientes feministas no hay nada parecido a la unanimidad intelectual. Desde luego, nadie deja de condenar duramente las violaciones y los abusos; pero, por mencionar un ejemplo, la asignación de la mujer a la pura posición de víctima —que está de algún modo, aunque fuera implícito, en Lastesis: “El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer”— ha sido muy discutida. No pocas feministas, al tiempo que condenan toda violencia sexual, manifiestan también sus preocupaciones respecto de la progresiva victimización colectiva y la búsqueda de la protección paternalista de las instituciones. Tal fue la postura de algunas intelectuales francesas contra el movimiento #MeToo del año 2018, y de otras figuras feministas.

La propia Rita Segato ha señalado que el victimismo es una política peligrosa para las mujeres (pues tiende a paralizarlas en una situación de inferioridad), y que los hombres jamás deberían ser vistos como sus enemigos naturales. “El violador eras tú, el violador eres tú” puede ser una buena consigna para hacer visible el abuso, pero no es nada seguro que nos ayude a comprender mejor nuestra situación; y, peor, puede terminar diluyendo las responsabilidades.

Esto nos lleva a una segunda consideración. La política es un campo de brocha gruesa, donde las sutilezas propias del mundo académico —que es la fuente de Lastesis— no pueden ser detalladas ni bien explicadas. En la academia es posible puntualizar cuál es el sentido y el alcance de una crítica al “Estado opresor”, tratado acá como “macho violador”. En política, en cambio, esas prevenciones no son posibles. Así, el joven manifestante que tararea en su mente “el Estado opresor es un macho violador” no necesita preguntarse por el significado de tal figura simbólica, ni mucho menos poner en marcha su pensamiento crítico al respecto. Solo se le otorgan aceleradores para extender su ira contra instituciones suficientemente frágiles. Es más, necesitaremos esas mismas instituciones si acaso algún día queremos combatir el abuso, proteger a los débiles y, en definitiva, rehabilitar nuestra vida común. Sin embargo, el Estado opresor, macho y violador no tendrá legitimidad alguna para ayudarnos en esas tareas.

La paradoja no deja de ser tan llamativa como preocupante. Tesis doctrinarias convertidas en panfletos pueden tener resultados muy distintos a los originalmente buscados. En el éxito de Lastesis puede estarse incubando también su principal peligro.