Columna publicada el 17.12.19 en La Segunda.

Hace apenas un mes se firmó el acuerdo constitucional, pero ya se observan (una vez más) las dos almas que dividen a la izquierda postransición. La fractura supera las indudables diferencias entre antiguos concertacionistas y actuales miembros del Frente Amplio. Incluso entre quienes orbitan alrededor de este conglomerado asoman planteamientos de talante republicano y otros que, sin exagerar, empujan la revuelta o derechamente la revolución.

Ejemplo de lo primero, de una izquierda democrática, ha sido Javiera Parada. Si antes no dudó en reconocer que –como resulta lógico– los más vulnerables son los principales dañados con la falta de orden público, ahora tuiteó sin eufemismos sobre las condiciones básicas del itinerario constitucional. “¿Ustedes son conscientes que con este nivel de polarización y violencia política no se puede hacer ni medio proceso constituyente? […] Si nos interesa alentarlo, sería bueno que todos pusiéramos de nuestra parte para un clima político que lo permita”. Conviene recordar que Parada apoyó “marca tu voto AC” y es una ferviente partidaria de la nueva constitución. Nada de esto, sin embargo, le impidió expresar esa incómoda pregunta, que la mayoría de los políticos sólo se atreve a susurrar.

Pero el drama de la izquierda, y de Chile, es que una parte de este sector anhela un momento cero, ajeno a las limitaciones propias de la vida democrática. El ejemplo más mediático ha sido Fernando Atria. El exmilitante PS lleva casi una década explicitando su proyecto, pero sus últimas intervenciones confirmaron que se trata de una propuesta radical. La semana pasada señaló, sin pudores ni caretas, que el “poder constituyente” de nuestros días “es una magnitud real, no conferido por normas ni limitado”. Hoy “los hechos son la medida de las normas”, cree –religiosamente– Atria. Y si los hechos no siguen el curso debido, aquel poder “se manifestará constituyendo, pero lo hará de cualquier modo, causando mucho más daño y disrupción”. La advertencia es clara: sin una refundación que siga determinados cánones (los que dejen satisfecho al exprofesor de la Universidad Adolfo Ibáñez), que Dios nos pille confesados.

No es una simple ironía del destino que Atria invoque el mismo poder constituyente originario que se atribuyó la Junta Militar en 1980. Hace varios años una porción de la izquierda anhela una planificación global de signo contrario. Ellos inflamaron la retórica del proceso impulsado por Michelle Bachelet, perjudicando su avance. En efecto, y a diferencia de los regímenes autoritarios o dictatoriales, en democracia los cambios constitucionales suponen acuerdos y límites. Los mismos que desconoce cierta izquierda y que, de ser ignorados, volverán a sepultar la agenda constitucional.