Columna publicada el 05.11.19 en La Segunda.

Hay buenos motivos para pensar en un cambio constitucional, y desde antes que Chile comenzara a crujir el pasado 18 de octubre. Guste o no, la Constitución vigente simboliza y condensa las líneas matrices del régimen de la transición, el mismo que hoy –con mayor o menor justicia– ha perdido legitimidad. Es evidente que una nueva ley fundamental no solucionaría de modo automático ni instantáneo nuestras dificultades, pero también es cierto que una actitud puramente reactiva tiene escasas posibilidades de éxito en un contexto de crisis como el que enfrentamos.

Por esa razón, el gobierno debiera despejar pronto esta variable; de lo contrario, será muy difícil avanzar en los aspectos institucionales y socioeconómicos más significativos de aquello que se ha denominado un nuevo pacto social. Por ejemplo, La Moneda podría recoger el proyecto de modificación al capítulo XV (de reforma a la Constitución) que dejó presentado Michelle Bachelet. Ello entregaría una señal de humildad y espíritu republicano –gestos muy valiosos en la actualidad–, y permitiría proponer una hoja de ruta con plazos y contenidos, tanto para la eventual “Convención constitucional” como para el plebiscito ratificatorio posterior.

Pero sea ese u otro el camino a seguir, conviene advertir que un cambio constitucional digno de ese nombre exige liderazgo y conducción política: no hay asamblea que los reemplace. Como explica en su aporte al libro “La solución constitucional” la cientista política Claudia Heiss (partidaria de la asamblea constituyente, pero consciente de sus limitaciones), sería un error “suponer que la participación es una alternativa a la representación y que a través de ella se pueden subsanar las deficiencias del sistema representativo”. Es indiscutible que la ciudadanía es la más indicada para denunciar los problemas de la vida social, pero tal como señalara el propio Fernando Atria en “Neoliberalismo con rostro humano”, “esa infalibilidad desaparece en el momento del paso de la negatividad a la positividad, de la identificación del déficit a la identificación de sus causas y soluciones”.

Quizás Atria alegaría que no comprendemos qué quiere decir esto, pero en ese entonces él parecía reconocer la importancia de la mediación política, algo que urge subrayar. Si Pierre Manent enseña que lo propio de la política es la “mediación de lo justo” no es por azar. Tal como se ha visto en las marchas y movilizaciones de estos días, las demandas son muy numerosas, muy diversas y a ratos irreconciliables. De ahí la relevancia de dirigentes políticos, partidos y Congreso. Es un hecho que hoy gozan de mala prensa, pero sin ellos no habrá solución pacífica ni democrática para nuestra crisis. Todos debemos recordarlo.