Columna publicada el 26.11.19 en El Líbero.

En Valparaíso no hay competencia para Jorge Sharp. Mientras sus contrincantes corren en círculos alrededor de él intentando alcanzarlo, el autodenominado alcalde ciudadano hace y dice lo que quiere. No es que Sharp sea Churchill ni mucho menos. Lo que ocurre es que la derecha porteña –y gran parte de quienes se oponen a su gestión municipal– no han logrado hacerle ningún tipo de contrapeso. Esto se debe, en parte, a que en la región se tienden a reproducir con especial intensidad los vicios que el oficialismo padece a nivel central: al carecer de convicciones que defender (aparte de una supuesta eficiencia en la gestión), la derecha queda a merced de cualquiera que tenga un relato político más o menos armado.

Veamos algunos ejemplos. Frente a la violencia desatada en la ciudad puerto y los saqueos a centenares de locales comerciales en las últimas semanas, es posible exigirle al alcalde una respuesta más potente y eficaz que una condena por Twitter, sobre todo si la alcaldía de Sharp opera como una especie de experimento a menor escala de lo que podría llegar a ser un gobierno del Frente Amplio. De hecho, sus contradictorias reacciones frente a los destrozos en Valparaíso reflejan los traumas de la nueva izquierda para armar un discurso coherente en torno al orden público. Sin embargo, la única respuesta que se elabora desde la oposición a Sharp es tildarlo de “violentista” o “agitador social”. Pero a él, muy hábil en este tipo de entuertos, le bastan un par de tuits para recuperar la imagen de (falsa) moderación que ha cosechado en estos años en el cargo.

En vez de este buenismo inútil, la derecha porteña debiese ser capaz de pensar la ciudad a partir de sus propios problemas, que no son nuevos y que, durante esta crisis, han reflotado con mucha fuerza. La violencia no termina en su condena o en la crítica hacia quienes la incitan, sobre todo en Valparaíso, un lugar marcado por ella no solo en este mes, sino que durante décadas. Dicho de otro modo, para que el reproche a Sharp sea creíble, debe ir acompañado de una reflexión que no incorpore acríticamente las voces que pretenden explicar el estallido social desde la capital, pues la situación del puerto está marcada por factores particulares –y anteriores– que la vuelven especialmente compleja. 

Algo similar ocurre con la defensa a ultranza del “sharpismo” a la democracia directa. Hace algunos días, el alcalde señaló que era un error que el sistema político tuviera la última palabra sobre la nueva Constitución, pues, según él, el protagonismo debe ser de la sociedad. Como otros miembros del Frente Amplio y el PC, Jorge Sharp parece estar convencido de que la nuestra no es una democracia, y es capaz de deslegitimarse a sí mismo para darle paso a lo que él llama la “sociedad”. Habría que ver si luego, cuando esa sociedad piense distinto, Sharp estará dispuesto a seguir dándole protagonismo. Los antecedentes de su gestión nos hacen suponer que no, pues las críticas cada vez más crecientes de sus antiguos colaboradores y de algunos miembros del Pacto Urbano La Matriz (el conjunto de organizaciones sociales que le permitió acceder al poder) revelan que en Valparaíso las propuestas parecen adquirir la marca “ciudadana” –o provenir de la “sociedad”– solo si están articuladas por él o su séquito. Por tanto, es probable que esa sociedad a la que se refiere Sharp esté compuesta solo de quienes piensan como él, apoyan sus causas y están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de conseguir (¿imponer?) su proyecto político.

Ahora bien, ¿qué dicen los opositores al alcalde? ¿Han logrado articular una defensa robusta de la democracia representativa, consciente también de sus grandes dificultades? ¿Formulan críticas a la visión de Sharp sobre la mediación política? Nada de eso, pues hace mucho tiempo la derecha porteña flexibilizó sus convicciones y redujo la actividad política a lo que hacen sus operadores repartidos entre municipios, seremías y otros espacios. El alcalde de Valparaíso corre solo y quienes lo critican no parecen tener interés en formar una oposición que cuestione las premisas que ha defendido como verdades absolutas.

Por último, no podemos olvidar que Sharp también es consecuencia de la desidia de sectores políticos que, a pesar de los escándalos del UDI Jorge Castro o el DC Hernán Pinto, creyeron que mantener el poder dentro de los partidos tradicionales era sencillo. Ellos nunca tuvieron en consideración que tarde o temprano la ciudadanía se agotaría de las gestiones oscuras. No nos asombremos, entonces, si las elecciones municipales del próximo año traen sorpresas para Virginia Reginato y su “ciudad bella”.