Reseña de Alfredo Jocelyn-Holt sobre Política para perplejos (Barcelona:Galaxia Gutenberg, 2018), de Daniel Innerarity, publicada en la sección “Horas en la biblioteca” de la revista IES Punto y coma.

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Al igual que su anterior libro La política en tiempos de indignación (2015), en Política para perplejos (2018) Daniel Innerarity intenta rescatar la política a fin de vencer nuestra actual desazón. No hace mucho la política encolerizaba, sostiene, pero ahora nos tendríaconfundidos, ansiosos, con desajustes emocionales graves, sin saber en quién confiar; con espacios públicos sin virtud cívica, en medio de irremontables grietas entre casta y gente; desprovistos de señalización que pueda sacarnos del desconcierto; interpelados por un feminismo que amenazaría arraigadas mentalidades; choqueados ante la aparición de políticos que, como Trump, manejan otras lógicas (o anti-lógicas); sumidos en una globalización que no sería pareja para todos, y en un multiculturalismo que beneficiaría a solo algunos con sus nuevas reivindicaciones…

El panorama es conocido (lo sufrimos), pero Innerarity es un agudo comentarista de nuestra actualidad; la explica como pocos. Su fuerte es el ensayo corto, armado de capítulos breves en torno a temas puntuales, más redondos que los libros que componen. Constantemente apela a la razón como equilibro moderado. Es especialmente leído en perspectivas científico-políticas más que filosófico-políticas (a las que recurre a modo de respaldo con pinzas para sus argumentos), sin interesarle la historia. Afirma incluso que “de política no sabemos casi nada” (¿él o nuestro tiempo?), al punto que leyéndolo, uno tiene la rara sensación de que se nos quiere convencer que recién ahora, gracias a lo que llama inteligencia política, estaríamos descubriendo la rueda.

Por cierto, el razonamiento analítico le permite saber muchas cosas (en eso es un zorro), pero aquí no encuentra lo que al parecer anda buscando (este, su complejo de erizo). De ahí que los dos libros den palos a menudos acertados, aunque también en el aire, sin disipar del todo la oscuridad que diagnostica. En efecto, el formato corto hace recomendable su lectura parcelada, aunque ello no garantice una visión general; es un comentarista sumamente lúcido, pero quizá no tan brillante. Mandado a hacer para historiadores futuros en busca de síntesis, registros y testimonios de época; menos llamativo por las soluciones que propone.

Aunque el autor admite estar también perplejo, es ocasionalmente tajante, preocupado de que no se le tache de típico “filósofo sin soluciones”. Por de pronto, no extiende la perplejidad a la “gobernanza”, a la que aplaude y promueve. A ratos alecciona, como cuando afirma que las soluciones pasan por “sistemas inteligentes”, que entiende como sistemas de reglas que pueden servir para reemplazar nuestra antigua, hoy imposible, confianza en las personas. ¿Cómo confiar, por ejemplo, en alguien como Trump? Al contrario, dice creer en un “sistema” que limita; que así como, en su momento, torpedeó el ambicioso programa de salud de Obama, podría hacer imposible lo que Trump promete hacer.

Las soluciones que Innerarity ofrece surgirían de la perplejidad y el optimismo, lo que no deja de ser paradójico. Y ello porque, aunque no sabemos lo que deparará el futuro, nada impide que no le tengamos miedo y podamos comportarnos “razonablemente con él”. Como todo optimismo, el suyo suena a veces a fatalismo, a fe y apuesta determinista que, por cierto, él no llama fe. En eso no es distinto a otros diagnosticadores de la incertidumbre (Eric Hobsbawm o Tony Judt) quienes, frente a la sensación de abismo que el fin e inicio de siglo les producía, afirmaban resignadamente que uno puede confiar que, al menos, el futuro va a ser distinto a lo recién vivido.

Hacia el final del libro ahonda en las soluciones. Esto bajo el supuesto de que estar en medio de la incertidumbre sería una gran oportunidad para la democracia. De ahí que abogue por la “inteligencia colectiva”, técnica de sistemas en vez de personas y expertos. Temeraria sugerencia: da la espalda a la filosofía política clásica que se centra en el sujeto político, los ciudadanos, gobernantes y virtú. El capítulo enfocado en “tecnologías inteligentes” que nos protegerían de otros y de nosotros mismos tampoco considera cuán disparatado puede ser el afán por controlarlo todo. Conforme, este propósito de algo más inteligente y autónomo que nosotros mismos podrá tenerse como válido, pero ¿cuáles son sus límites? ¿La política con piloto automático, ésa es la salvación? El ejemplo análogo al que recurre —el avión provisto de mecanismos que anticiparían y neutralizarían a un piloto suicida impidiéndole estrellarse en los Alpes— es complicado; anula la agencia y responsabilidad individual.

Otra dificultad del libro: concede una incondicional valoración al sentir popular. Acepta sin asomo de crítica el empoderamiento, sin preguntarse cuánto del desánimo e incertidumbre actuales ha sido interesadamente inducido. Cree, por último, que ya no hay lugar a las ideologías cuando quizás estemos más sumidos que nunca en ellas, versión fake.

En suma, útil e incisivo Innerarity, aunque esquivo con la historia y filosofía políticas.