Columna publicada el 13.11.19 en La Segunda.

Lo que hizo Sebastián Piñera anoche fue un gesto muy arriesgado: llamó a conversar a una oposición que ha mostrado durante toda la crisis nula voluntad de construir acuerdos. Eso es todo lo que dijo.

Si hubiera salido con propuestas concretas en los tres ejes definidos, hoy la crítica de la izquierda sería contra ese contenido sustantivo, cerrando todo margen de diálogo (de nuevo). Llamó entonces a un diálogo sin condiciones.

No sacó de nuevo a los militares, a pesar de que había mucho temor en la izquierda de que lo hiciera, porque estaba claro que el nivel de destrucción y descontrol del lumpen violento lo justificaba y legitimaba. Sin embargo, sacarlos esta vez implicaba que salieran en serio, no como la primera vez, y eso significa muertos. La responsabilidad de esa decisión -que es una condena a muerte para muchos- es tremenda. Y la carta siguió guardada. Nunca sabremos si Piñera se la tomó o se vio obligado (porque los militares aclararon que no saldrán de nuevo a jugar a la pelota) a tomársela en serio. Pero no hace diferencia práctica.

Debemos entender que ya no queda margen: o la clase política logra un acuerdo para proceder y la gente pacífica que protesta se suma, o lo que vendrá será una lucha por recuperar el orden a través de la fuerza. Si los grupos políticos no logran un acuerdo para poder gobernar, van a terminar gobernando los militares, porque la calle, la gente suelta, no puede hacerlo.

Quienes antes se sentían desvalidos, hoy se sienten poderosos. Y su arrogancia demuestra que están hechos del mismo material que sus peores enemigos. Pero si el elástico se estira un poco más, si de verdad logran generar miedo en las clases dominantes, lo que producirán será la reacción furiosa de una bestia enorme que es inconsciente de su propia fuerza. Y los que piensan que estamos a punto de asaltar el cielo y desdeñan toda precaución, se darán cuenta que tenían todavía mucho, mucho que perder.

A diferencia de lo que ocurría en los 60 y 70 hoy Chile es un país más rico y envejecido. El número de adultos supera con creces al de cabros chicos. Y ha llegado el momento de que nos comportemos como tales. Es tiempo de recordar a los propios muertos y pararle el carro a los que creen que la violencia humana es un juego. Dejar en claro, también, el inmenso valor de la democracia. Se lo debemos a esos muertos y también al Chile posible del futuro. Se lo debemos, además, a los más humildes, que siempre quedan solos cuando la noche se viene encima.

Es hora de llegar a acuerdos y ver si podemos todavía articular un país donde podamos vivir todos juntos. Piñera, después de todo, a pesar de lo escueto y pobre de su mensaje, a pesar de su general ineptitud durante toda esta crisis, ha logrado tender un último y frágil puente. Si se quema, Chile se parte en dos.