Columna publicada el 09.11.19 en La Tercera.

Estamos atrapados en una espiral descendente de protesta callejera e impotencia política. Nuestros representantes celebran porque ven que el adversario se hunde, sin notar que están en el mismo barco. El gobierno, ensimismado, promete palos y bonos. La calle, en tanto, es un soberano sin cabeza, en eterna catarsis. La violencia callejera, por último, amenaza con barrerlo todo. Y la represión policial se ha mostrado desordenada, abusiva e ineficaz. A ratos pareciera que tuvieran las manos atadas, y que sólo pudieran gasear parvularias y gente con carteles “ingeniosos”.

Nadie quiere ceder un milímetro, y la tensión afila cuchillos secretos en todos los corazones. Mientras tanto, los daños por destrozos se cuentan en decenas de miles de millones de pesos. Y el valor de cada uno de esos pesos, por lo demás, va en picada. No es que el dólar suba: es el peso que cae. Han quebrado cientos de Pymes: el esfuerzo de años reducido a nada. Y quienes viven boleteando están en ascuas. Llegará el verano, además, y habrá más incendios que turistas.

¿Cómo se puede salir de aquí? No parece haber ningún punto de apoyo. Para peor, muchos de los problemas evidenciados -incluyendo los relativos a las fuerzas de orden- requieren reformas que tomarán años en madurar. Esto puede demandar cambios a nivel constitucional, pero tratar la constitución como el eje de todo es una simple fantasía abogadil. Lo único claro es que no se puede discutir nada de esto si no recuperamos el orden público, pero sin abandonar la causa. No volver a la normalidad, sino ponernos a avanzar hacia una normalidad mejor. Ese debería ser el gran objetivo ahora.

Tenemos que ordenar nuestras cabezas. Por ejemplo, es importante constatar que muchos de los que están saqueando son parte de los grupos vulnerables abandonados durante los últimos gobiernos, y que la única manera de dejar de reproducir esa marginalidad es intervenirla de manera integral. Pero saber eso no detendrá los saqueos ahora. Y necesitamos que se detengan. Cualquier medida que implique usar máquinas del tiempo para corregir el pasado no sirve para la coyuntura, pero sí para el país que debemos comenzar a construir desde ahora. Seguir lamentándonos en la calle por el pasado, a estas alturas, es dañino.

A nivel político es clave que la clase dirigente más decadente desde el parlamentarismo haga un último esfuerzo por la patria y muestre que más o menos entiende los problemas expresados por la revuelta y busque la unidad en una agenda común, por mínima que sea, que comience a solucionarlos. Para esto es fundamental que el gobierno dé señales de empatía y ejerza un liderazgo constructivo.

A nivel ciudadano, en tanto, es imperativo que la energía de la calle se traslade al debate del congreso. Es la única manera de salvar la democracia y hacer cambios profundos, que toman tiempo. Y para eso dos cosas son necesarias: movernos hacia el voto obligatorio e inscripción automática, por un lado, y que los chilenos volvamos a fundar, refundar y militar en los partidos políticos, por otro. La única alternativa a los partidos, hay que saberlo, son los caudillos autoritarios. Si no somos responsables con nuestra democracia ahora, no habrá de qué hacernos responsables mañana.