Columna publicada el 30.10.19 en el Diario Financiero.

“Tiene que ser gente que venga de la clase media […] que no veraneen en Zapallar o en Pucón, gente que ojalá haya nacido en provincia. En el fondo es gente con mucha más calle”. Esta fue la categórica sugerencia de la alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei, pocos días antes de concretarse el cambio de gabinete. ¿Por qué una dirigente histórica como ella habrá llegado a tal convicción en medio de la crisis que enfrentamos?

Para responder esta pregunta conviene recordar las reacciones oficialistas, y en particular el silencio de este sector político, el pasado viernes 18 de octubre. En horas de la noche, mientras el país literalmente estallaba, cundía la desorientación. Al parecer nadie sabía muy bien qué decir ni cómo orientar a la ciudadanía. Pero existieron algunas excepciones: Rodolfo Carter y Mario Desbordes primero, Germán Codina y especialmente Karla Rubilar después; todos ellos sí tenían una palabra que ofrecer en las horas más críticas. ¿Cuál es el factor común entre estos dirigentes? Que ya sea por sus trayectorias biográficas o por las labores que han desempeñado en el mundo municipal, ellos logran transmitir una conexión vital con los anhelos y angustias del Chile profundo. Se trata de un atributo fundamental para comenzar a superar la crisis que vivimos y que, por desgracia, suele escasear en las élites tradicionales de la derecha criolla.  

Desde este ángulo, no es seguro que la cirugía ministerial haya cumplido a cabalidad las expectativas depositadas en ella. Desde luego, fue positiva la opción por el recambio generacional, y ciertamente fue un acierto el nombramiento de Rubilar como vocera, pero es tal la magnitud del desafío que probablemente se necesitaba una apuesta aún más osada. En términos sencillos, queda la duda acerca de si el nuevo gabinete logra encarnar un diseño cualitativamente distinto a la estrategia original del piñerismo. El perfil dialogante y la credibilidad de Gonzalo Blumel e Ignacio Briones son elocuentes y muy bienvenidas, pero es imposible dejar de preguntarse si no convenía sumar liderazgos imbuidos de nuevas categorías al centro del poder. El punto no es sólo que habría sido deseable sumar más perfiles como el de Rubilar, sino también que las excepcionales circunstancias actuales parecieran exigir un giro conceptual. Guste o no, el manejo de esta crisis puso en entredicho los esquemas mentales y los horizontes de sentido que caracterizan a la derecha posdictadura. En esa línea, y por más talentosos que sean los nuevos secretarios de Estado, el recambio generacional es condición necesaria, pero no suficiente, de la renovación que se necesita.

¿Qué significan esas nuevas categorías, esos nuevos horizontes de sentido? Comprender que la libertad política supone asegurar ciertos niveles de igualdad social; notar que las libertades personales requieren un marco social más amplio sin el cual no pueden desplegarse; advertir que no existen problemas públicos estrictamente individuales; aceptar que la legitimidad, la desigualdad y la cohesión social son cuestiones políticas de primer orden; reconocer que sin el aporte de nuevas miradas antropológicas, políticas y sociológicas la derecha sencillamente no podrá entender qué ocurre en Chile, y así. De todo eso necesita el gobierno, el oficialismo y el país en general. Por el bien de todos, ojalá los nuevos ministros puedan sumar estos ejes a la conducción política de La Moneda.