Columna publicada el 12.10.19 en La Tercera.

Una gran noticia editorial de este año es la publicación del segundo tomo de “Chancho cero”, un compilado de las tiras cómicas de Pedro Peirano que aparecieron originalmente a comienzos de los dos mil. En ellas se retrata la experiencia noventera de Peirano estudiando periodismo en la Universidad de Chile. El retrato, por supuesto, es una caricatura, pero inteligente y fiel. Tal como García Márquez explicó en su discurso del Nobel, hay mucha menos imaginación involucrada en la creación de ese mundo que la que uno pensaría.

Tanto la vida académica como la política universitaria aparecen en el comic atravesadas por la falta de seriedad. La carrera de “Lobotomía” de la “Facultad de Ciencias Suciales” de la “Universidad Nacional” claramente no merece ser tomada en serio. Ni sus egresados, ni sus maestros, ni sus estudiantes. La bondad y los grandes ideales, por otro lado, nunca logran emerger en el relato sin una sombra de farsa o parodia. Todos, partiendo por las autoridades, son descreídos. La vida completa de la institución está sumergida en el absurdo. Y, por lo mismo, el lector comienza a sentir simpatía por los protagonistas, que se distraen de ese absurdo asumiendo su propia existencia como una especie de juego. Se refugian en una distancia irónica respecto a la realidad, como si la vida estuviera realmente en otro lado. Por eso los personajes no degeneran hacia el nihilismo. Todo transcurre en una mediocridad noble, que no desespera a nadie.

Lamentablemente, hechos universitarios recientes hacen pensar que la ironía y el escepticismo, que son ingredientes importantes para la inteligencia y la convivencia pacífica, han ido siendo reemplazados por la tontera grave. Es decir, que los últimos elementos académicos que quedaban en las ruinas de la Chile, desde los cuales podía soñarse con su resurgimiento, están siendo arrasados.

El tonto grave se siente siempre víctima, por lo que es siempre un potencial victimario. Como se toma muy en serio a sí mismo, sufre por la distancia entre esa dignidad imaginaria y un mundo que no se le arrodilla. Siempre frustrado, tampoco intenta conducir su vida hacia un fin radical o superior. Vive en una mediocridad indecente. Es una versión rasca de Raskolnikov. Va con la masa, pero quejándose. No quiere, realmente, distinguirse. Quiere (como diría Molotov) llorar. Es sólo cuando tiene la oportunidad de atacar, ojalá en patota, a quien no puede defenderse, que le entran aires napoleónicos. Como a la caterva chillona que interrumpió una clase en Derecho de la Chile para funar al profesor Esteban Puga, porque no estaba convencido de que el golpe de 1973, dadas las circunstancias, fuera evitable. O como la piara arrebatada que agredió en clases de la carrera de Trabajo Social a la estudiante Polette Vega, exigiéndole salir de la sala por “ser de derecha”, y arrojándole agua a ella y sus cuadernos. Y Ni hablar de la brutal paliza de encapuchados al hijo de la diputada Cristina Girardi en el mismo Campus donde estudia Vega.

La gran y terrible pregunta es cómo podrán lidiar autoridades tipo “Chancho cero” con los tontos graves. Y qué será de la Universidad de Chile una vez que ya no quede nada universitario en ella.