Columna publicada el 06.10.19 en El Mercurio.

En un principio, la acusación constitucional que parlamentarios socialistas presentaron contra la ministra de Educación buscaba darle un nuevo aire a una oposición desgastada y sin rumbo. Dado que la gestión de Marcela Cubillos se ha caracterizado por enfrentar directamente y sin ambages el legado de la Nueva Mayoría, parecía constituir el adversario ideal para volver a ensamblar las piezas dispersas. Sin embargo, el resultado fue más bien opuesto. La figura más doctrinaria del oficialismo resultó fortalecida, y la centroizquierda salió más desorientada y dividida que nunca —si cabe—. De algún modo, la acusación expuso a la luz pública todas y cada una de las dificultades que enfrenta la oposición.

El cálculo inicial fue errado por varios motivos. Por un lado, la acusación tenía evidentes defectos técnicos y carecía de sustento real. En rigor, se quiso utilizar un mecanismo institucional de máxima gravedad para resolver problemas internos, sin advertir cuán riesgoso era el ejercicio. Tampoco hubo una medición previa de fuerzas que pudiera evitar el bochorno final: ¿por qué suponer que todos los diputados del sector se prestarían para la mascarada? Con todo, me parece que el error más severo pasó por intentar generar unidad a partir de un discurso meramente negativo, sin considerar que los males son mucho más profundos, y requieren medicinas de otra naturaleza. Dicho en simple, la oposición no superará su marasmo intelectual y político a punta de puro voluntarismo infantil.

Quizás el mejor síntoma de cuán ciego está resultando ese voluntarismo es la violencia verbal dirigida a quienes no se pliegan. El caso más emblemático —aunque no el único— es el de Pepe Auth, quien fue impelido a dejar su cargo en la mesa de la Cámara. Entre los “argumentos” figuró incluso un ataque particularmente vil contra su hija, síntoma inequívoco de una impotencia política cuyas causas no se quieren comprender. Tomarse en serio la situación actual exige tal nivel de autocrítica y trabajo interior que los dirigentes opositores ni siquiera consideran esa alternativa. Eligen, así, la salida más cómoda: descalificar a mansalva a quienes conservan algo de lucidez. Es la vieja lógica del chivo expiatorio.

Esta actitud esconde una obsesión tan extraña como enfermiza por la unidad, como si cualquier disidencia fuera intrínsecamente pecaminosa. Sin embargo, me temo que el problema de la oposición es precisamente el contrario. Si la efímera Nueva Mayoría concluyó en un fracaso tan rotundo fue precisamente porque su unidad siempre fue ficticia. En consecuencia, su eficacia política fue muy reducida: nunca hubo allí una voluntad compartida, más allá del caudal de votos de Michelle Bachelet. La Nueva Mayoría fue un experimento fallido porque sus dirigentes se negaron a asumir abiertamente sus diferencias, y, por lo mismo, estas nunca fueron procesadas adecuadamente. Fuad Chahin es quien mejor ha comprendido este punto crucial, y de allí su estrategia actual, pues sabe perfectamente que una DC acoplada a la izquierda está condenada a la irrelevancia. Si quiere ser políticamente operativa, la DC debe tener un domicilio propio. En ese sentido, lo mejor que podría pasarle a la oposición es que se multipliquen los Fuad Chahin y dejar atrás la ilusión de la unidad. Cada mundo debería desarrollar su propio proyecto, desplegando su identidad y sus legítimas discrepancias. El diálogo efectivo solo podrá venir más tarde, cuando cada cual sepa dónde está ubicado. Desde luego, nada de esto ocurrirá mientras se mantenga el constante chantaje unitario, que obliga a diluir cualquier atisbo de diferencia.

Ahora bien, la dificultad principal consiste en que el esfuerzo infructuoso por producir unidad artificial está induciendo una peligrosa despolitización de la centroizquierda. En efecto, esta pulsión limita la creación de horizontes alternativos, reduciendo toda discusión al conteo policial de votos en el Congreso. Todo se vuelve rígido y disciplinario. No debe sorprender, en ese contexto, que la oposición se suba a todas las olas que pasan, sin darle contenido efectivamente político a ninguna de ellas. En marzo eran feministas, luego ecologistas y ahora incluso el NAU —semillero político de Revolución Democrática— se jacta de presentar una lista íntegramente vegetariana a la elección de la FEUC. Cada una de estas agendas puede ser más o menos pertinente, pero la cuestión de fondo es si acaso el sector está pensando el futuro del país o está simplemente moviéndose al ritmo del viento, sin orientar la discusión en ningún sentido. Es cierto que el PC logró mover algunas agujas con la reducción de la jornada laboral, pero el esfuerzo tiene que ser mucho más consistente en el tiempo. Mientras nadie tenga el coraje de formular —e intentar responder— estas preguntas, Pepe Auth seguirá siendo el gran culpable. La derecha, sobra decirlo, se complace observando el espectáculo.