Entrevista a Daniel Brieba y Andrés Velasco, publicada el 04.09.19 en The Clinic, sobre su libro Liberalismo en tiempos de cólera (Debate, 2019)

En una semana donde la palabra populismo ha estado a la orden del día, el excandidato presidencial Andrés Velasco y el cientista político Daniel Brieba lanzaron “Liberalismo en tiempos de cólera” (Debate, 2019), el arma para combatir lo que consideran la principal amenaza de nuestros tiempos. Con un espíritu optimista y propositivo, llaman a construir un centro igualitario para enfrentar “las malas soluciones del populismo”. Su libro, sin embargo, no describe las causas de ese fenómeno y así lo reconocen. Habrá que ver si esa misma ausencia es parte de la crisis que enfrenta hoy el liberalismo –reconocida también por los autores–, pero por el momento ambos se concentran en la falta de ideas, lo que a su juicio es lo que más necesita una clase política cada vez más deslegitimada. 

Por Josefina Araos

Investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad

El título del libro “Liberalismo en tiempos de cólera” –inspirado en la novela de Gabriel García Márquez– se les ocurrió en el metro de Londres, donde actualmente vive el excandidato presidencial Andrés Velasco, y estudió hace algunos años el cientista político Daniel Brieba. “Creo que no había nadie muy enojado en el vagón en ese momento, pero sí hay algo de eso hoy en día”, precisa el exministro de Michelle Bachelet.

Explican que uno de los propósitos del libro es tratar de desarrollar un aparato conceptual “que ayude a combatir el populismo, el que obviamente está relacionado con un cierto ambiente de desencanto, cólera, enojo anti establishment, que se ve en Estados Unidos e Inglaterra, pero también en Brasil, Argentina, Filipinas y la India. Esto es mundial y se han vertido litros de tinta en intentar explicar por qué”, agrega Velasco. Para ese desencanto, su respuesta es un “liberalismo igualitario” que supere los paradigmas dominantes de una izquierda y derecha que, según plantean, hoy están desprovistas de ideas. ¿Qué es lo que proponen? Establecer las condiciones necesarias que aseguren que quienes vivimos en común nos tratemos como iguales. Así, remarcan los autores, se combate al populismo.

–¿En qué consisten estos “tiempos de cólera”?

Andrés Velasco (AV): La tesis más común es que la gente está enojada porque la economía anda mal y la desigualdad ha subido, pero los datos conspiran en su contra. Por ejemplo, llegó el populismo de extrema derecha a Brasil y no hace mucho el mundo lo celebraba como un país que había hecho grandes avances en materia de desigualdad. En el libro citamos a Obama, cuando dijo que Lula era el político más popular del planeta por sus avances contra la desigualdad. Por lo tanto, populismo y desigualdad no parecen ser necesariamente primos hermanos. Yo creo que un elemento es el desencanto con la política y los políticos, y esto es común a los gobiernos de derecha e izquierda. Ese desencanto tiene que ver con escándalos y con ciertas carencias medias inevitables de la democracia. Hay una tensión entre la democratización creciente, que hace que las cosas sean más lentas, y la tecnología, que hace que las protestas sean más rápidas, y eso genera desencanto. Otro elemento es que las ciencias sociales modernas tenderían a decirnos que la identidad no existe, pero es difícil entender el mundo sin considerar la demanda identitaria. Yo estoy viviendo en Gran Bretaña, Daniel estudió ahí, y es evidente que el Brexit es una reacción nacionalista de la gente que siente que en Inglaterra se perdió una identidad tradicional. La democracia liberal no ha tenido los instrumentos, y quizás sigue sin tenerlos, para lidiar con este nuevo componente identitario. Mete todo esto en una juguera, aprieta on y tendrás un ambiente que a veces es desencanto y a veces indiferencia, pero sea cual sea la causa es evidente que el alza del populismo es muy amenazante y difícil de negar.

–¿Hay populismo en Chile?

Daniel Brieba (DB): Hay signos de populismo, pero no hay nadie en el escenario actual que tenga un populismo desatado. En elecciones presidenciales anteriores hubo políticos que se definieron en función de la oposición de un pueblo virtuoso frente a una élite corrupta. El discurso de Roxana Miranda era populismo clásico en ese sentido. Franco Parisi también enfatizaba otros aspectos del populismo, como la simplificación de lo complejo. La idea de que todos los problemas tienen una solución relativamente fácil y que si no la hay es por falta de voluntad o porque hay intereses oscuros que lo están impidiendo. Y el caso de Parisi muestra que no es algo necesariamente de izquierda, derecha o de extremos. Él tenía una ideología bastante indefinida y, sin embargo, tenía fuertes rasgos de populismo. El día de hoy, ejemplos que ponemos en el libro son algunos sectores del Frente Amplio y algunas cosas que ha hecho José Antonio Kast, quien también ha “obligado” al gobierno a que este adopte algunas de sus políticas y parte de su estilo.

–En general se presenta el populismo como una patología que debe ser evitada. Ustedes parten de la misma premisa, y lo definen con los adjetivos “simplista” y “moralista”. ¿No es problemático contar con una definición puramente negativa del fenómeno? ¿Se esconde algún riesgo en esa aproximación?

AV: Los fenómenos sociales ocurren cuando hay ciertas carencias y nosotros en ningún momento negamos la existencia de esos problemas. En ese sentido, el análisis que hacemos es bastante crudo sobre las carencias de la democracia, de la economía, errores del establishment y falta de legitimidad en los líderes políticos. Nuestro análisis no es complaciente. Ahora, cuando tú tienes un problema puedes tener una buena o mala solución, y el populismo es una mala solución. No creo para nada en que el populismo viene a contribuir a democratizar el debate. Al revés, el populismo de derecha y de izquierda suele iniciar un proceso que termina minando, y a veces derechamente atentando, contra la democracia. Y esto tiene varios componentes, entre ellos, la negación de la complejidad. La migración es un tema complejo y Trump lo reduce a: “construyamos un muro”. Para ellos resolver los problemas es fácil, y si no, es porque hay un villano que lo impide. Desde ahí el trecho es bien corto a ser escéptico respecto de la democracia, sus pesos y contrapesos. ¿Por qué hay pesos y contrapesos en la democracia? ¿Por qué el legislativo tiene que fiscalizar al Ejecutivo, y el Ejecutivo tiene que ser fiscalizado por el judicial, y así sucesivamente? Porque hay más de una versión plausible y legítima de lo que la sociedad debe hacer. Pero cuando niegas la legitimidad de lo que postula el otro, los contrapesos empiezan a ser innecesarios, y eso es lo que ha hecho el señor Nicolás Maduro, y antes lo hizo Hugo Chávez. También es lo que ha intentado hacer, aunque no con tanto éxito, Trump en Estados Unidos. Y bueno, obviamente no todos los casos redundan en dictadura, pero es evidente que en Nicaragua y Venezuela eso ya ocurrió. Países como Polonia, Hungría, y probablemente Turquía, están en la cuerda floja. El populismo no es una fuerza democratizadora, es una fuerza con tendencia autoritaria.

–¿Cómo abordar entonces la complejidad de la vida social –que, a juicio de ustedes, los populistas desconocen– para  hacerse cargo de la radicalidad de las demandas actuales de la ciudadanía?

DB: El libro plantea lo que llamamos la igualdad democrática, que es una respuesta a los problemas de desigualdad que el liberalismo actual y reciente ha tenido. La aspiración de una sociedad más igualitaria es parte de lo que nosotros proponemos. Si bien concuerdo con Andrés en que no hay una sucesión mecánica y simple entre desigualdad y populismo, es parte del caldo de cultivo en muchas partes. El libro también reafirma valores que son importantes y que se nos están olvidando, como reconocer la complejidad del mundo y el aprendizaje que requiere la política para tener buenas políticas. También se necesita, y quizás eso sea lo más desafiante, una respuesta que construya y responda a esa identidad a la que apela el populismo, y que se afirme en valores democráticos. El populismo apela a las emociones y las manipula, y frente a eso los demócratas liberales tienen que construir emociones que refuercen y reafirmen por qué tenemos estas instituciones, por qué el pluralismo no es solamente un mecanismo procedimental, sino que afirma algo importante sobre la sociedad en la que queremos vivir, donde los diferentes puntos de vista y estilos de vida sean posibles. Y cómo eso implica un respeto por los otros, que es un valor profundo que reafirmamos

AV: La pregunta es cómo logras que en nuestros debates públicos, en donde apuntar con el dedo y deslegitimar es fácil, los candidatos que tienen una propuesta tengan la posibilidad de hacerse oír y de llevar esas ideas a la práctica. No hay que tenerle miedo a la emoción. Los liberales en el pasado han cometido el error de pensar que la emoción es la provincia del populismo, versus la razón como provincia del liberal. Si lo planteas así, los populistas van a ganar siempre. Y los líderes políticos efectivos entienden esto desde hace mucho. Citamos un libro precioso que se llama “Emociones políticas”, de Martha C. Nussbaum, que tiene un capítulo entero sobre Gandhi, quien no solo es un señor que andaba con un traje medio raro, sino que es el inventor de la India moderna como país independiente. Lo que Gandhi logra es que los ciudadanos de este nuevo país, que tiene muchas etnias y lenguas, tengan una concepción común. Por eso deja su traje y corbata, se pone unas sandalias, un manto blanco y sale a caminar. Por lo tanto, la idea de una política moderna, liberal y democrática, que a su vez sea identitaria, no es algo que se le ocurrió a Brieba y a Velasco o a Nussbaum el mes pasado. Es algo que otros líderes políticos han practicado desde un principio.

–Pero además de un déficit de “épica”, al liberalismo se le ha criticado por un déficit de política propiamente tal, que se expresa, por ejemplo, en la fuerza que ha tenido la tecnocracia como principal respuesta para manejar la complejidad social. ¿Qué piensan de esa crítica?

DB: La tecnocracia es un espejo del populismo, porque en ambos casos hay solo una respuesta correcta y tienen maneras muy distintas de mirar la pluralidad. En ese sentido, es cierto que cuando la tecnocracia impera hay un costo para la deliberación y el liberalismo. Ese es un equilibrio que hay que manejar. Aunque las causas del populismo no son el tema de nuestro libro, y por lo mismo no nos metemos a analizar por qué ocurrió todo esto, ciertamente la alianza entre globalización, tecnocracia y élites es una fórmula que dificulta enormemente que las personas sientan que tienen el control democrático sobre sus vidas.

AB: Eso es totalmente cierto. Ahora, eso no obsta que el saber técnico siga siendo indispensable. Cuando a mí me duele una muela, yo no me junto con un amigo a tomar un pisco sour; voy al dentista, porque lo que me interesa es su capacidad profesional y no sus creencias. El saber técnico tiene un papel en la deliberación democrática y en la resolución de los problemas colectivos. La pregunta es cuál es ese papel, y cómo se subordina o se hace parte de una discusión más amplia. Y lo que es más delicado, es que un técnico puede tener las mejores intenciones, pero otra cosa es que los votantes tengan razones para pensar que ese técnico tiene buenas intenciones. Este es un viejo problema de economía: el problema del agente principal. Cuando el dueño de una empresa contrata a un gerente, este puede manejar la empresa en beneficio del dueño o propio. Cuando los votantes eligen a un presidente, ese líder político puede manejar el país para beneficio de los votantes o el propio. El líder político tiene que convencer a la gente de que lo que está proponiendo es para el beneficio de todos, y en eso el saber técnico es clave, pero la legitimidad de ese saber técnico es tanto más clave. Y es ahí donde muchas veces los técnicos se quedan cortos.

DB: En Chile pasamos de una política súper dominada por razones tecnocráticas a un momento en que la legitimidad del saber técnico, y especialmente del económico, está bastante en duda en la discusión pública. Cuando vemos el debate de las 40 horas, lo que vemos es eso: una irrelevancia del saber técnico.

AV: Lo que puede ser explicable, pero no necesariamente deseable. Porque a fin de cuentas, tenemos varios miles de años de conocimiento acumulado acerca de qué funciona y no en el ámbito laboral. Suponer que los problemas los vamos a resolver aquí y ahora con algo que se nos ocurrió anoche no es realmente muy sensato. Y esto que está ocurriendo en el ámbito laboral pasa en muchas otras situaciones. Es indudable que en Chile hay un problema de tensiones. Gritar “menos AFP” puede ser parte del diagnóstico, pero no de la solución. La pregunta es, si no es la AFP, ¿qué es?, ¿cómo se estructura?, ¿cómo se ahorra y cómo se calcula?. “Ah no, eso es muy difícil. Eso lo vemos después”, suelen responder. Lo que ha pasado es que en un momento Chile se vanaglorió de ser un país con políticas públicas de alta estructura técnica, pero hoy día son ahí no más.

–Para responder al populismo ustedes proponen un centro liberal e igualitario. Pero es difícil sostener un papel de centro en contextos que se radicalizan, con demanda de posiciones fuertes, como parece ocurrir hoy. ¿Cómo defender convicciones desde su posición, de manera que la apelación al gradualismo no parezca poco persuasiva?

DB: Nuestra apuesta ha sido reforzar una idea de liberalismo igualitario. Ese es el sabor fuerte de lo que nosotros pensamos que es importante que en Chile permee. De hecho, el liberalismo igualitario como tradición de pensamiento político es muy débil en nuestro país. En el libro hay un conjunto de ideas que son relevantes para la discusión, y que tanto en la derecha como en la izquierda, e incluso en el centro, no han estado presentes. Pero, además, el centro se puede habitar de varias maneras. El centro puede ser un lugar de encuentro, que es un rol necesario, pero la propuesta acá es ser un centro que trasciende las dos fuentes en disputa y llega a una síntesis tercera. Y para eso pescamos la libertad y la igualdad como dos grandes valores.

AV: Algunos le han puesto un centro radical. Hay un riesgo político y nosotros estamos conscientes de él y hacemos lo posible por evitarlo, de que el proyecto que pretendemos ayudar a construir sea un lugar donde las cosas se hacen “despacito”. Hay razones de humildad intelectual y de límites del conocimiento para justificar eso, pero el centro no se trata de un gradualismo per se. En el libro hay una frase muy buena que acuñó Daniel, que dice “una retroexcavadora que anda lento igual es una retroexcavadora”. O sea, si una idea es mala, aunque la pongamos en práctica en dos o tres años, va a seguir siendo mala, y por lo tanto una cosa media descafeinada que comete errores, pero de a poquito, no es el centro. Al revés, nosotros creemos en un centro ideológico, con ideas, audaz y que puede terminar siendo un agente de cambio mucho más potente que algunos que se dicen agentes del cambio y que al final se enredan en sus planes mal concebidos.

–Ustedes sostienen que la libertad y la igualdad serían la base del orden democrático moderno, en la medida en que permiten alcanzar la autonomía. ¿Es la autonomía el principio fundamental al que debe orientarse el ordenamiento institucional? ¿No se relaciona su primacía con el individualismo que hoy tanto se critica?

DB: Dentro del liberalismo hay una tradición asociativa fuerte que muchas veces no se mira tanto, y en ese sentido la autonomía es bastante compatible con la idea de comunidades fuertes. El modelo tocquevilleano es eso en cierta medida. Me cuesta ver una contraposición radical. Lo que uno ve en Estados Unidos, por ejemplo, que es una de las sociedades más individualistas del mundo, es también una tradición asociativa muy muy fuerte. Muchas veces se dice que el individualismo lleva a la pérdida de la confianza entre las personas, pero no es claro que las sociedades más individualistas tengan menos confianza interpersonal que otras. Entonces, el argumento no me cuaja demasiado.

AV: Ese argumento tiende a confundir dos planos muy distintos. Uno es el debate académico y metodológico acerca de si el individuo como unidad de análisis es o no productivo. Eso nunca lo hemos conversado, pero sospecho que nuestro instinto es más bien responder que sí. Que al final las sociedades se construyen sobre la suma de voluntades individuales y que la no coerción de esas voluntades es importante. Ahora, no se sigue de eso que esos individuos no puedan libremente concluir que asociarse es bueno y que los vínculos interpersonales van a ser importantes para la realización de esa autonomía. Todo lo contrario. En los últimos dos capítulos de este libro se habla de que el liberalismo tiene éxito en cuanto puede, sin violar los principios de la autonomía individual, esbozar una concepción de una vida buena en conjunto. Y aquí también hay un debate súper fructífero. Esa dicotomía entonces es falsa, no solo en la teoría, sino también en la práctica.

DB: ¿Por qué nos importa tanto la autonomía? Por la amenaza de coerción. Hay todo un debate que es complejo sobre la neutralidad del Estado, pero creo que a los liberales al final lo que más les importa es asegurarse que las personas no sean coercionadas, y creo que ese es el límite con otros pensamientos.