Columna publicada el 25.09.19 en el Diario Financiero.

Hay hechos aparentemente triviales que, sin embargo, reflejan profundas tendencias de época. Es justo lo que pareciera haber ocurrido con la curiosa diatriba que, previo al receso de fiestas patrias, profirió José Maza en contra de José Antonio Kast. En palabras del astrónomo, los chilenos “seríamos los faraones de los estúpidos de elegir a un tipo con esas ideas”. Desde luego, no se requiere suscribir el proyecto político que lidera el exdiputado de la UDI para comprender cuán problemática resulta la afirmación del mediático (¿sobrexpuesto?) científico. Veamos.

Lo primero que sorprende es el tono de las declaraciones de Maza: ¿con qué legitimidad él expresa ese desprecio respecto de las eventuales preferencias electorales de la población? ¿No se trata acaso del tipo de descalificaciones que incrementan (aún más) la distancia entre las elites y la ciudadanía? Si algo caracteriza a la comunidad política es que sus miembros somos libres e iguales. En sede política, las credenciales científicas de Maza o quien sea resultan, en último término, irrelevantes. El único título en virtud del cual cabe participar de la vida común es el de ciudadano, y en esa cancha Maza es simplemente uno más.

Pero si bien es claro que ni la preparación académica ni la mayor educación formal avalan creerse superiores a la hora de pensar o decidir políticamente los destinos del país, hay algo más. Incluso reformulando y reconduciendo la perspectiva de Maza a la que podría ser su mejor versión, ella se muestra deficitaria.

En efecto, si nos tomamos en serio el régimen democrático –y en general la política– como una instancia que permite la deliberación compartida sobre lo justo y lo bueno, los conocimientos técnicos nunca tendrán la última palabra, por más útiles que sean a la hora de resolver diversos problemas públicos. Dicho de otro modo, la contribución de la evidencia empírica será un insumo más o menos importante en distintas discusiones (energéticas, ambientales, económicas, etc.); pero será siempre instrumental y, por tanto, subordinado a planteamientos de otra índole. En rigor, ningún debate público significativo es sólo técnico. Siempre están en juego, en mayor o menor medida y de modo más o menos explícito, consideraciones que exceden ese plano; consideraciones morales, políticas y culturales, relativas a la justicia y legitimidad de las decisiones involucradas.

El mundo empresarial necesita tomar nota de todo esto. Las discusiones de los últimos años han ido confirmando de modo sistemático la realidad descrita, desde el lucro en la educación, pasando por las disputas en materia previsional o el más reciente debate acerca de la jornada laboral. En el Chile postransición se ha hecho cada vez más notorio que, así como sería ingenuo e incluso irresponsable prescindir a priori del conocimiento técnico, tanto peor sería olvidar sus límites al momento de invocarlo en el espacio público.

Guste o no, quienquiera defender la legitimidad de la provisión privada de bienes públicos, criticar a los denominados populismos o –como Maza– despotricar contra determinados liderazgos, deberá hacerlo en un lenguaje propiamente político. Es decir, uno que sea comprensible para los ciudadanos y que se tome en serio las opiniones e inquietudes de las grandes masas, sobre todo si ellas nos incomodan. Ningún conocimiento científico ni título académico permite eludir esa tarea.