Columna publicada el 17.08.19 en La Tercera.

Greta Thunberg es una adolescente inquieta y decidida. Su capacidad para movilizar colegiales en Suecia para llamar al gobierno a actuar en contra del cambio climático solo debería despertar simpatías. Por eso resultan repugnantes los ataques a su persona proferidos por adultos avinagrados que creen que defender el orden capitalista pasa por negar la crisis medioambiental. Aunque también, a pesar de ser menos obvio, resultan repugnantes las adulaciones a su persona provenientes de adultos progresistas ganosos de identificarse con su ingenuidad juvenil. Y es que si está mal agredir a un menor de edad para traficar nihilismo bajo un disfraz “realista”, no está mejor vampirizar a ese menor para posar de idealista.

El progresismo, en particular, tiene una relación poco sana con la juventud. Producto de la forma en que ven la historia, tienden a atribuir virtudes superiores dudosamente existentes a las nuevas generaciones, y siempre están tratando de sumarse a sus movimientos. Tanto el adulado como el adulador se corrompen en ese baile de máscaras: ambos no saben, al final, quiénes son realmente. En Chile, por ejemplo, la antigua Concertación naufragó en la efebofilia, renegando de su propia identidad frente al movimiento estudiantil con tal de sentir, por un segundo, que habían recuperado la energía y la radicalidad de su juventud. El resultado fue un suicidio político, mezclado con la egolatría desatada del mismo movimiento, que sucumbió a su propio radicalismo sin tope.

En el caso de Thunberg, los adultos que la tratan como si fuera una genio enviada por los dioses le está haciendo un daño tremendo. Le están quitando la libertad propia de la juventud, volviéndola un producto comercial y fijándola para siempre en un personaje que puede no acomodarle por mucho. Hollywood nos alecciona sobre los peligros de la fama a corta edad, así como la experiencia de muchos youtubers nos advierte sobre los peligros de convertirse en ídolo de alguna causa. Tal como la activista virtual vegana que encontraron comiendo pescado y tuvo que cerrar su cuenta debido a las amenazas, la vara que Thunberg está fijando para su propia conducta resulta extrema e innecesaria: en teoría, por ejemplo, no debería viajar en avión por el resto de su vida. Ningún adulto responsable debería aplaudir estas formas inconducentes de testimonialismo, propias del voluntarismo político juvenil. Mucho menos viajar miles de kilómetros en jets privados para ir a aplaudirlo.

La filosofía progresista es, además, parte del problema que ha llevado a la actual crisis medioambiental. La idea de que el futuro se hará cargo de todos los problemas les quita responsabilidad a los adultos que viven en el presente. Y el relativismo y el constructivismo que aceitan la imaginación progresista se llevan muy mal con el carácter limitado y concreto de lo real. ¿Cómo podemos proteger la naturaleza si ya no creemos en ella? ¿Qué autoridad puede hacerse responsable de la protección del medio ambiente, si ya no creemos en la autoridad? ¿Cómo podremos enfrentar como adultos un problema real y grave si nos dedicamos a simular que creemos que una adolescente llegará navegando en un yate con las respuestas?