Columna publicada el 02.07.19 en La Segunda.

Hay hechos de la vida cotidiana que a primera vista parecen anecdóticos o triviales, pero –bien miradas las cosas– manifiestan algunas tendencias de época. Es lo que ocurre en el fútbol con el videoarbitraje o “video assistant referee”, más conocido como VAR.

En principio, es lógico pretender reducir los márgenes de arbitrariedad e injusticia con ayuda de la tecnología. En general y en el deporte. En el fútbol en particular, sin duda. Basta recordar que en el mismo partido en que Diego Armando Maradona anotó su gol más memorable, el argentino también pasó a los anales con la “mano de Dios”, una de las trampas más burdas de la historia deportiva. Sobran motivos para intentar evitar esa clase de engaños.

Pero no a cualquier costo.

El problema, desde luego, no es utilizar la tecnología, sino usarla en forma irreflexiva, como si se tratara de un instrumento neutro y autosuficiente, capaz de reemplazar al imprescindible juicio humano. Piénsese en el primer gol anulado a Chile el viernes pasado. Mientras la toma oficial que exhibió la Conmebol –la del VAR– muestra a Alexis milimétricamente adelantado, en otras tomas de cámara (como la de Canal 13) sencillamente no se observa fuera de juego. Ninguna máquina logrará resolver estas dudas por nosotros.

Cuando se cree lo contrario, se actúa como lo hizo Néstor Pitana. Asumiendo una neutralidad e infalibilidad que no son tales, el árbitro argentino ni siquiera fue a revisar las imágenes del supuesto off side de Alexis. Lo creyó innecesario, pues ya había recibido el veredicto del VAR por auricular. Según el reglamento él tenía la última palabra; sin embargo, Pitana se creyó liberado de toda responsabilidad. Pero aquí el verbo es preciso: lo suyo era una simple creencia, un acto de fe, y sin fundamento en este caso. El insumo técnico siempre necesita posterior interpretación.

Detrás del VAR también asoma un afán de uniformidad. Si contamos con tecnología, ocupémosla en todo y con toda la intensidad posible, sin importar las consecuencias. No hay diferencia entre deportes, ni entre ellos y otros ámbitos. Es una paradoja de nuestro tiempo. En la retórica sacralizamos la diversidad, pero en los hechos rechazamos una vieja lección aristotélica: es absurdo pedirle la misma exactitud a todas las realidades. El básquetbol no es fútbol y el juego no es aritmética. Olvidarlo no es gratis, pues se desnaturalizan las cosas.

¿Exageración? Nótese que, sin darnos cuenta, pasamos del “ante la duda abstente” a la imposibilidad de gritar un gol tranquilos. Todo depende del VAR. ¿Y qué es el fútbol, qué es un juego sin un mínimo de espontaneidad? La “mano de Dios” fue lamentable, sí, pero peor habría sido no poder gritar el gol más hermoso en la historia de los mundiales.